domingo, 27 de octubre de 2019

¡CUAK!

Roberto era un pato bastante normal, no era ni grande ni pequeño, ni listo ni tonto. Era un pato muy común en casi todos los aspectos, tan solo había un pequeño detalle que le distinguía del resto de sus congéneres palmipedos. Roberto era capaz de hacer realidad cualquier deseo que alguien pronunciase en su presencia. Era consciente de que era poseedor de aquel particular poder pero su pequeño cerebro patuno no era capaz de predecir las consecuencias que su habilidad podía tener en la humanidad si ésta se daba a conocer.

Una soleada tarde de abril, Roberto se encontraba flotando plácidamente en su charca favorita mientras picoteaba las migas que una anciana le lanzaba con entusiasmo. Todavía era ignorante de que su vida iba a cambiar de forma repentina e inesperada.

Durante su corta existencia hasta la fecha, Roberto sólo había materializado los inocentes deseos de los críos que se habian arremolinado a su alrededor para darle de comer o para acariciarlo. Recordaba a duras penas su primer milagro. Todavía era un pato muy pequeño al que le costaba seguir los pasos de su mamá el día que una niña pelirroja había dado un respingo de alegría cuando después de haber pronunciado las palabras:

 "¡Ay! ¡Ojalá tuviera yo un patito como este!"

Había aparecido en lo alto de su cabeza una réplica exacta de Roberto, amarillo, mono y desplumado como era él por aquel entonces.

Recordaba también como otros se habían marchado a casa con las manos llenas de chucherías, manojos de globos y pelotas de fútbol. Había llegado incluso a convertir a un niño gordito y pecoso en caballero andante.

Pero su hasta ahora apacible vida iba a dar un brusco giro que le llevaría a estar muy ocupado durante algunos meses.

No muy lejos de la anciana que le estaba alimentando, en la orilla, se encontraba un hombre de unos cincuenta años que presentaba un aspecto bastante deplorable. Sucio y desaliñado, se sentaba en cuclillas lanzando piedrecillas al estanque con la mirada perdida en el infinito.



Roberto, cansado de engullir migas mojadas de pan se acercó zigzageando con disimulo a curiosear pensando que quizás aquel humano pudiera estar echando algún nuevo manjar al agua embarrada de su charca. Según se aproximaba, Roberto empezó a discernir parte del discurso que aquel hombre estaba relatandose a sí mismo:

"Dios mío, ¿Como he podido perderlo todo? ¿Como he podido arruinar así a mi familia? ¡No merezco vivir!"

Roberto no entendía bien lo que pasaba, pero entendía que aquella persona estaba atravesando un momento delicado en su vida. Se acerco un poco más y cuando el hombre harapiento posó sus ojos en él se detuvo en seco.

Por algún motivo, la visión de aquel pato balanceándose suavemente ante él pareció producir un relajante efecto en su agitada existencia. Su rostro desencajado se relajó y su mirada errática y frenética se centró en Roberto.

"Calmate Antonio, no te precipites" murmuró para sí. "Solo necesito algo de ayuda, solo necesito algo de dinero para poder volver a empezar... "

"¡Cuak!"

Antonio dejó de murmurar de repente.

En todo aquel rato no había dejado de mirar al pato mientras desvariaba y seguía tirando piedrecillas ... pero ahora callaba atónito completamente inmóvil. En el agua frente a él flotaba un billete de cincuenta euros .

"Pero que coj..." Antonio se miró las manos. Las tenía llenas de dinero. Entre sus dedos y esparcidos por el suelo debía de haber al menos tres mil euros entre billetes de cincuenta y cien.

Antonio levantó la mirada y miró fijamente a Roberto que parecía divertido con la escena. El pato, a su vez, miraba al hombre con la cabeza inclinada. Inmediatamente una bombilla se encendió en la cabeza del hombre.

"Necesito cien mil euros, ¡quiero cien mil euros ahora mismo!"

"¡Cuak!" dijo Roberto desternillandose interiormente de risa, pero aparentemente no sucedió nada.

Antonio se incorporó de un salto y dio un paso hacia atrás algo asustado al percatarse de que aquel pato se estaba riendo de él. Tropezó con algo y cayó sentado sobre sus posaderas totalmente conmocionado. Entre sus piernas había aparecido un maletin negro que obviamente no le pertenecía. Con mano temblorosa lo puso sobre sus rodillas y lo abrió despacito. Cien mil, ni un euro más ni uno menos. Justo cien mil.

El hombre, sin molestarse en quitarse los zapatos, se introdujo en el agua y tendió los brazos hacia Roberto.
" ¿Eres tu quien ha hecho esto? ¿Eres tu quien ha hecho aparecer todo este dinero? ¿Eres tu quien me ha salvado la vida y la de mi familia? ¡Ven conmigo pato! ¡Tenemos mucho que hacer!".

Roberto se aproximó a Antonio y se dejó coger entre sus brazos confirmando con un gorgoteo que efectivamente así era.

Antonio se llevó a Roberto a casa inmediatamente , y durante  los días que siguieron estuvieron ambos muy ocupados, ayudando a todo aquel que lo precisaba. Los deseos se murmuraban aquí y allá cada vez que Antonio se topaba con algún necesitado o alguna injusticia. Tan agradecido estaba que se olvidó de si mismo y empezó a hacer realidad los deseos de otros con los que se encontraba.

Pronto se dio cuenta de que sí lo pensaba bien, sus deseos podían ir más allá de arreglar las situaciones con las que diariamente se daba de bruces y que enmendaba de manera singular y que podía solucionar de forma permanente y global los peores males que asolaban el mundo.

En una semana había acábado con la pobreza en su país y con las enfermedades terminales. Deseaba el bien conforme lo veía aparecer en las noticias,  normalmente plagadas de drama e incontables desgracias. Iba enmendando y corrigiendo el rumbo de este mundo descarriado que le rodeaba, pero se puso sus propios límites  y normas. No se atrevió por ejemplo a resucitar a los muertos, ni quiso que sus bondades traspasasen las fronteras de su país por miedo a las implicaciones que eso pudiera tener.

Con un Cuak por aqui y otro por allá erradicó el cáncer, el hambre y las enfermedades de los niños. Otro día, deseó disponibilidad de energía infinita e inmediatamente, las centrales dejaron de quemar carbón y gas. Las turbinas giraban produciendo electricidad como por arte de magia con las calderas apagadas ante la atónita mirada de sus operarios.

Pero toda aquella benevolencia no era bien vista por los países vecinos que a los meses empezaron a envidiar la inexplicable prosperidad de su país. Los vagos intentos de aproximacion diplomática que se produjeron, cuyo objetivo era hacerse con la tecnología secreta que había logrado reducir a cero las importaciones de combustibles, alimentos y medicamentos de aquel, anteriormente, pobre país de Europa, fueron respondidos por los confusos gobernantes con balbuceos sin sentido.

Los vecinos se lanzaron al asedio.

A Antonio apenas le había dado tiempo a reaccionar después de oír las declaraciones de su presidente que anunciaban la guerra.

Se encontraba sentado en el sofá de su humilde piso junto a Roberto, su pato bienhacedor mirando las noticias que daban en la tele con incredulidad.  No daba crédito a lo que estaba viendo, ¿Como podía ser que la prosperidad, la salud, la virtud, la grandeza y la alegría hubiera podido despertar la envidia, la cólera y los peores instintos de aquellos que les rodeaban? . Si tan sólo lo hubieran pedido Antonio y Roberto habrían extendido el bien allá donde hubiera sido necesario ejercerlo...

La pantalla mostraba como una multitud de soldados extranjeros se avalanzaba por una calle de Madrid hacia una barricada montada improvisadamente por sus paisanos. Antonio miró a Roberto contrariado sin saber que hacer ni decir. Roberto Le devolvió una mirada tranquilizadora a Antonio  y abrió el pico para decir:

"Cuak"