domingo, 17 de enero de 2021

El dragón helado

Todo es blanco...Hago mi ruta habitual de paseo, y me encuentro con un paisaje desconocido. Los límites de los caminos han desaparecido, y tan solo hay una nívea capa que lo unifica todo, como para indicar el final... como en las películas antiguas, pero esta vez, en lugar de "fundido en negro", es "fundido en blanco". Iguala aceras, carreteras, caminos y senderos, y lo que antes era un parque, se ha convertido en una extensión infinita sin principio ni fin...¿Será el final de esta dichosa pandemia? 

En realidad, a mí me da igual, no me importa si esto es la terminación de algo, o el comienzo de otra historia. He decidido vivir en presente, y por eso aprovechando un paseo con unos amigos por la zona que solemos frecuentar, ahora tan irreconocible y extraña, he decidido echarme unos camaradas al hombro, por si acaso cumplo un sueño... Me acompañan desde hace 20 años, son ya mayores, pero son cómodos, y hasta ahora no me han fallado. Una debe soñar, sí, pero como buena capricornio, sé que como dice el refrán, "A Dios rezando, y con el mazo dando", así que una debe poner un poquito de su parte, para poder aprovechar las circunstancias cuando se presentan.

Casi puedo identificarme con los exploradores polares, con esos valientes que se lanzan a andar por un paisaje desolado, donde parece no existir la vida, arrastrando un trineo con víveres y los utensilios más esenciales para la supervivencia... pero no es igual, yo sé que esta noche dormiré en mi cama calentita... y no tendré que enfrentarme con la áspera visita de una dubitativa noche sobre ese horizonte infinito y vacío, unida a un crepúsculo eterno. Pero aún así, un pinchazo de emoción se me agarra al estómago... estoy excitada. ¡Presiento que hoy puede suceder algo grande!

Llegamos al lago. Está helado tal como me imaginaba... Lo que no habría sospechado era que me impresionaría tanto... Los patos y las ocas han desaparecido de su superficie, están todos fuera agrupados en los pocos espacios en los que la capa de nieve se ha ido fundiendo, buscando algo que llevare al pico. Así que toda la vida que suele bullir en su interior se ha volatilizado, y el lago fundiéndose con el resto del paisaje, parece una tumba... Espero que no la mía, aunque no me importaría reposar en un lugar con esta paz. Supongo que a los exploradores se les pasará también algo así por la cabeza. Se juegan la vida cuando se lanzan a ese blanco... Son conscientes de que pueden perderla, y de que van a sufrir físicamente, pero aún así, ahí van. Yo no poseo la fortaleza física necesaria para algo así, pero puedo imaginarme el viaje, y si estuviera en su piel, creo que preferiría morir allí, en esa tumba gélida, siguiendo una visión o luchando por ver cumplido un sueño, que en cualquier otra parte.

Distingo distintos tonos en los témpanos teñidos de blanco, supongo que por el diferente grosor de las capas congeladas. En los bordes hay manchas oscuras, que parecen extenderse hacia el interior, siguiendo extrañas sendas como las congeladas venas de ese gigantesco monstruo en el que se ha convertido el lago. Pero llega un punto en el que desaparecen, y solo queda el hielo blanco y opaco, que esconde lo que hay en el fondo. Como si ni siquiera la sustancia que da vida a ese magnífico y efímero espécimen, pudiese llegar a su corazón. Tal es el aliento del lago helado. ¿Me permitirá ese indómito ser que lo monte?

Me siento sobre una bolsa de plástico que llevaba preparada, y me calzo mis patines. Y mientras voy apretando los cordones, mis amigos, cuando se percatan de lo que estoy haciendo, comienzan a decirme que estoy loca, que no sabemos cual es el grosor de la capa de hielo, que no sabemos si soportará mi peso, que si he traído una muda para cambiarme... que ni se me ocurra meterme dentro, que si el hielo cede, ¿como van a sacarme...? "¡Loca! ¡Quítate ahora mismo los patines!!!"

Pero este es mi sueño. He patinado durante muchos años, y más de una vez me he dicho que debe ser fantástico hacerlo sobre un lago helado, en plena naturaleza, y jamás había tenido la ocasión... Nunca he podido viajar, y en mi latitud esto es impensable, ¿cómo no voy a aprovechar esta oportunidad?

"Soy menuda, no peso mucho, seguro que aguanta..." me digo más por tranquilizarme a mi misma, que para acallar a mis amigos.

Y me lanzo... me pongo mis cascos, para no oír las protestas de los que se quedan atrás, en la orilla, y comienzo a patinar por el lago. Al principio solo siguiendo el borde, por si no aguanta y acabo zambullida en esas aguas glaciales e indiferentes... Pero voy observando con cautela, y creo que la capa es mas gorda cuanto más te adentras por su superficie, así que aún con los nervios en el estómago, y guiada por una excitación que no puedo contener, porque creo que aguantará mi peso, pero realmente no sé si lo hará, comienzo a patinar despacio, con parsimonia, con delicadeza, casi acariciando el lago con mis pies, como si fuera un enorme dragón dormido al que hay que calmar para que no despierte y te engulla... le acaricio, y le canto bajito la melodía que oigo en los cascos, casi en un susurro, como si lo que escucho fuera una nana, para transmitirle la paz que me da esta música, y que así siga soñando con los cielos que surca, mientras paso mis pies por su piel. Y me dejo llevar por la música que escucho, ahora piezas de piano de Ludovico Einaudi. Y comienzo a deslizarme siguiendo el ritmo de la música, una cadencia lenta y continua. Me imagino como voy recorriendo su lomo, y como vuelvo hasta su cabeza explorando su espina dorsal, rozándole apenas, casi de puntillas,... y vuelta, siguiendo el ritmo de la música, haciendo giros muy amplios, para que no sean bruscos, para abarcar toda la piel de ese magnífico ser... 

Siento el viento en mi cara, y respiro hondo siguiendo el compás de la música, el ritmo de mis pies, la cadencia del movimiento de mi cuerpo, y poco a poco entro en un mundo diferente... se abre una puerta desconocida, y mis pies siguen rozando esa piel resbaladiza y esquiva, esa seda pulida y delicada, con dulzura. Y de pronto me doy cuenta de que han desaparecido los nervios y la excitación, y algo diferente comienza a inundarme, lo que siento es otra cosa... me estoy fundiendo con el lago, con ese organismo que desde fuera parece muerto, pero que siento muy vivo, reposando y latiendo bajo mis pies. He dejado de cantar, la música no es algo que sale de mis labios, porque ¡qué gran sorpresa, me he convertido también en la música...!

Sigo sintiendo el movimiento, y yo ya no soy yo... soy el lago, soy la música, soy el dragón dormido, me desbordo por los contornos del lago y abarco toda esa blancura, sin saber donde están los límites, me fundo en ese líquido congelado e inmutable hasta sus mayores profundidades, palpito con sus latidos, que también son los de la música, y me elevo con el viento girando en una interminable térmica... Soy todo el paisaje, y la naturaleza entera...

 

 


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