miércoles, 20 de enero de 2021

Homo destructor

 Hasta un determinado momento, prevaleció la teoría de la evolución. Los hombres se fueron adaptando a lo largo de los siglos a las condiciones que la naturaleza les iba ofreciendo, aprendiendo a cazar, a cultivar, a protegerse de las bestias, a construir poblados, a protegerse unos a otros, arañando, décima a décima, un poquito de esperanza de vida, perpetuándose, teniendo hijos e hijas cada vez más sanos, más fuertes, más resistentes, más altos...

El homo sapiens llegó a acostumbrarse a vivir 100 años con naturalidad, sin aspavientos, como si fuese lo que tenía que pasar, como si fuese la evolución normal...Pero, con todo lo listo que llegó a ser el homo sapiens, ninguno de ellos supo explicar lo que empezó a pasar a partir del 2.047. Al principio, nadie se dio cuenta. No fue un gran cambio drástico, pero con el paso de los años, al repasar las estadísticas (cuando aún había estadísticas), se observa claramente cómo a partir de ese año comienza un suave pero constante declive de la esperanza de vida, sin grandes epidemias ni guerras. No fue hasta el año 2.073 cuando el doctor Franz Pfisch acuñó el término de homo destructor. La teoría, simple pero revolucionaria en su momento, consistía, básicamente, en que el ser humano se había olvidado de cómo vivir, y que todas las decisiones que se tomaban de forma innata y conducían a la supervivencia, de repente eran decisiones erróneas que acababan en muertes prematuras. Se desaprendió a vivir en sociedad, y los nuevos comportamientos y modos de vida provocaron un flujo migratorio inverso, de las ciudades al campo, porque la gente era cada vez menos capaz de vivir en sociedad. 

En 2.120, ya no quedaba ninguna ciudad de más de 10.000 habitantes en la Tierra, y el ambiente en las que quedaban era irrespirable. Ya nadie hablaba de homo destructor, porque no había ni doctores ni universidades ni libros, el saber ya no importaba a nadie porque la cuestión ya no era evolucionar y sobrevivir, para la senda de aniquilación por la que se despeñaba la humanidad, lo que mejor encajaba era la estupidez y la mezquindad. El mundo seguí girando 5 ºC más caliente que en 2020, pero no era eso lo que estaba acabando con la humanidad, sino su propia desidia. 

Desaparecido ya cualquier instinto de supervivencia, se llegó al fin al momento en qe ya solo quedaron un hombre y una mujer, dos personas como dos bandos enfrentados a muerte. El anti-Adán y la anti-Eva, el último hombre y la última mujer, abocados a destruirse, a que solo quedara uno, lo cual acabaría implicando, irremediablemente, que al final no quedara ninguno.

Después de muchos años buscándose por un mundo desierto, finalmente una mañana soleada y fría de marzo, se vislumbraron el uno al otro, a lo lejos, en una playa de la costa atlántica del país que muchos años antes se había llamado Portugal. Comenzaron entonces una carrera frenética en dirección el uno al otro, gritando desbocados, histéricos, dispuestos a chocar de forma terrible el uno con el otro, cabeza contra cabeza, para acabar de una vez por todas con el homo destructor.

domingo, 17 de enero de 2021

El dragón helado

Todo es blanco...Hago mi ruta habitual de paseo, y me encuentro con un paisaje desconocido. Los límites de los caminos han desaparecido, y tan solo hay una nívea capa que lo unifica todo, como para indicar el final... como en las películas antiguas, pero esta vez, en lugar de "fundido en negro", es "fundido en blanco". Iguala aceras, carreteras, caminos y senderos, y lo que antes era un parque, se ha convertido en una extensión infinita sin principio ni fin...¿Será el final de esta dichosa pandemia? 

En realidad, a mí me da igual, no me importa si esto es la terminación de algo, o el comienzo de otra historia. He decidido vivir en presente, y por eso aprovechando un paseo con unos amigos por la zona que solemos frecuentar, ahora tan irreconocible y extraña, he decidido echarme unos camaradas al hombro, por si acaso cumplo un sueño... Me acompañan desde hace 20 años, son ya mayores, pero son cómodos, y hasta ahora no me han fallado. Una debe soñar, sí, pero como buena capricornio, sé que como dice el refrán, "A Dios rezando, y con el mazo dando", así que una debe poner un poquito de su parte, para poder aprovechar las circunstancias cuando se presentan.

Casi puedo identificarme con los exploradores polares, con esos valientes que se lanzan a andar por un paisaje desolado, donde parece no existir la vida, arrastrando un trineo con víveres y los utensilios más esenciales para la supervivencia... pero no es igual, yo sé que esta noche dormiré en mi cama calentita... y no tendré que enfrentarme con la áspera visita de una dubitativa noche sobre ese horizonte infinito y vacío, unida a un crepúsculo eterno. Pero aún así, un pinchazo de emoción se me agarra al estómago... estoy excitada. ¡Presiento que hoy puede suceder algo grande!

Llegamos al lago. Está helado tal como me imaginaba... Lo que no habría sospechado era que me impresionaría tanto... Los patos y las ocas han desaparecido de su superficie, están todos fuera agrupados en los pocos espacios en los que la capa de nieve se ha ido fundiendo, buscando algo que llevare al pico. Así que toda la vida que suele bullir en su interior se ha volatilizado, y el lago fundiéndose con el resto del paisaje, parece una tumba... Espero que no la mía, aunque no me importaría reposar en un lugar con esta paz. Supongo que a los exploradores se les pasará también algo así por la cabeza. Se juegan la vida cuando se lanzan a ese blanco... Son conscientes de que pueden perderla, y de que van a sufrir físicamente, pero aún así, ahí van. Yo no poseo la fortaleza física necesaria para algo así, pero puedo imaginarme el viaje, y si estuviera en su piel, creo que preferiría morir allí, en esa tumba gélida, siguiendo una visión o luchando por ver cumplido un sueño, que en cualquier otra parte.

Distingo distintos tonos en los témpanos teñidos de blanco, supongo que por el diferente grosor de las capas congeladas. En los bordes hay manchas oscuras, que parecen extenderse hacia el interior, siguiendo extrañas sendas como las congeladas venas de ese gigantesco monstruo en el que se ha convertido el lago. Pero llega un punto en el que desaparecen, y solo queda el hielo blanco y opaco, que esconde lo que hay en el fondo. Como si ni siquiera la sustancia que da vida a ese magnífico y efímero espécimen, pudiese llegar a su corazón. Tal es el aliento del lago helado. ¿Me permitirá ese indómito ser que lo monte?

Me siento sobre una bolsa de plástico que llevaba preparada, y me calzo mis patines. Y mientras voy apretando los cordones, mis amigos, cuando se percatan de lo que estoy haciendo, comienzan a decirme que estoy loca, que no sabemos cual es el grosor de la capa de hielo, que no sabemos si soportará mi peso, que si he traído una muda para cambiarme... que ni se me ocurra meterme dentro, que si el hielo cede, ¿como van a sacarme...? "¡Loca! ¡Quítate ahora mismo los patines!!!"

Pero este es mi sueño. He patinado durante muchos años, y más de una vez me he dicho que debe ser fantástico hacerlo sobre un lago helado, en plena naturaleza, y jamás había tenido la ocasión... Nunca he podido viajar, y en mi latitud esto es impensable, ¿cómo no voy a aprovechar esta oportunidad?

"Soy menuda, no peso mucho, seguro que aguanta..." me digo más por tranquilizarme a mi misma, que para acallar a mis amigos.

Y me lanzo... me pongo mis cascos, para no oír las protestas de los que se quedan atrás, en la orilla, y comienzo a patinar por el lago. Al principio solo siguiendo el borde, por si no aguanta y acabo zambullida en esas aguas glaciales e indiferentes... Pero voy observando con cautela, y creo que la capa es mas gorda cuanto más te adentras por su superficie, así que aún con los nervios en el estómago, y guiada por una excitación que no puedo contener, porque creo que aguantará mi peso, pero realmente no sé si lo hará, comienzo a patinar despacio, con parsimonia, con delicadeza, casi acariciando el lago con mis pies, como si fuera un enorme dragón dormido al que hay que calmar para que no despierte y te engulla... le acaricio, y le canto bajito la melodía que oigo en los cascos, casi en un susurro, como si lo que escucho fuera una nana, para transmitirle la paz que me da esta música, y que así siga soñando con los cielos que surca, mientras paso mis pies por su piel. Y me dejo llevar por la música que escucho, ahora piezas de piano de Ludovico Einaudi. Y comienzo a deslizarme siguiendo el ritmo de la música, una cadencia lenta y continua. Me imagino como voy recorriendo su lomo, y como vuelvo hasta su cabeza explorando su espina dorsal, rozándole apenas, casi de puntillas,... y vuelta, siguiendo el ritmo de la música, haciendo giros muy amplios, para que no sean bruscos, para abarcar toda la piel de ese magnífico ser... 

Siento el viento en mi cara, y respiro hondo siguiendo el compás de la música, el ritmo de mis pies, la cadencia del movimiento de mi cuerpo, y poco a poco entro en un mundo diferente... se abre una puerta desconocida, y mis pies siguen rozando esa piel resbaladiza y esquiva, esa seda pulida y delicada, con dulzura. Y de pronto me doy cuenta de que han desaparecido los nervios y la excitación, y algo diferente comienza a inundarme, lo que siento es otra cosa... me estoy fundiendo con el lago, con ese organismo que desde fuera parece muerto, pero que siento muy vivo, reposando y latiendo bajo mis pies. He dejado de cantar, la música no es algo que sale de mis labios, porque ¡qué gran sorpresa, me he convertido también en la música...!

Sigo sintiendo el movimiento, y yo ya no soy yo... soy el lago, soy la música, soy el dragón dormido, me desbordo por los contornos del lago y abarco toda esa blancura, sin saber donde están los límites, me fundo en ese líquido congelado e inmutable hasta sus mayores profundidades, palpito con sus latidos, que también son los de la música, y me elevo con el viento girando en una interminable térmica... Soy todo el paisaje, y la naturaleza entera...

 

 


sábado, 16 de enero de 2021

ALTER-EGO (Reto Bradbury 2)

Al principio fue divertido, aunque la cosa cambió de forma drástica al poco tiempo. Cuando supimos de la existencia de un universo paralelo, todos rápidamente nos dirigimos al centro de información que el gobierno había habilitado al efecto para saber como debíamos de proceder. Las instrucciones eran muy claras, había que actuar con naturalidad y amigablemente. Los recién llegados tenían que ser bienvenidos ya que al fin y al cabo, se trataba de nosotros mismos ¿no?.

Los encuentros con los "Alters", como se les empezó a llamar, fueron inicialmente casuales. La población se encontraba consigo mismo por doquier protagonizando situaciones de lo más variopintas. Por algún motivo la frontera entre ambos mundos se había roto en algún punto y los Alters comenzaron a inundar nuestro universo de forma lenta pero constante e inexorable.

Algunos disfrutaron de la experiencia de encontrar a un inesperado hermano gemelo, pero otros los trataron con recelo por miedo a que pudieran suplantarles en su vida diaria, algo que desgraciadamente empezó a suceder de manera generalizada a los pocos meses. Alters que eran pobres y llevaban vidas miserables en su mundo ocuparon las ostentosas casas y exitosas vidas de sus ricos clones. 

La tragedia estaba servida, pronto Alters y no Alters empezaron a aparecer asesinados por doquier, y lo peor es que era imposible distinguir a unos de otros. Los cuerpos se enterraban o incineraban sin saber si el puesto de trabajo del no Alter iba a ser ocupado por su copia. Nadie se fiaba de nadie, la propia policía podría estar siendo suplantada por los invasores, ¿Era el presidente del gobierno realmente el presidente o podría tratarse también de un Alter? Sus mensajes a la nación, que trataban de infundir tranquilidad y no actuar con violencia, podían no ser más que una estratagema para allanar el camino de los suplantadores.  

Era la guerra, pero no una guerra con bandos claramente diferenciados y uniformados que lucharan a tiros por una causa común, era una horrible guerra fría, más que fría  casi congelada, que se libraba por las calles entre individuos idénticos que entre gritos, puñaladas, puñetazos y arañazos trataban como animales salvajes de defender lo que tanto les había costado conseguir durante todas sus vidas, sus pertenencias y trabajos, si, pero también sus parejas, hijos, amigos, etc.. 

En el universo paralelo debía estar ocurriendo lo mismo, nuestros habitantes menos favorecidos seguramente habían atravesado el portal y trataban de igual manera de encontrar un mundo mejor exterminando a sus acaudalados Alters.

Pasaron los meses y finalmente las reyertas callejeras comenzaron a ser cada vez más esporádicas. La paz volvió a reinar en el país, y en el mundo en general. Todo volvió lentamente a su curso, o al menos eso es lo que parecía... porque....¿Qué le podía deparar a un universo en el que nadie era realmente quien debía ser?.

En fin, ahora todo aquello había pasado y no había más remedio que tratar de volver a la normalidad lo antes posible. Respiré profundamente, abrí los ojos y miré fijamente a los ojos que asomaban sobre la mascarilla del dentista que se inclinaba sobre la silla reclinable en la que me encontraba. 

-No se preocupe señor, esto no le va a doler nada de nada...- 




domingo, 3 de enero de 2021

EL EXPLORADOR POLAR- (Reto Bradbury 1)

Allí, delante mía, a escasos metros se erguía la figura alta y esbelta del explorador polar.

No podía apartar la vista de él, lo admiraba profundamente. Pensar que aquel hombre de mirada noble y directa, sencillo y casi tímido, había estado en aquellos lugares tan increíbles sobre los que tanto había leído, resultaba extraño. Era como ver materializado a tu personaje favorito de novela de ficción. Me resultaba difícil asumir que mis héroes pudieran ser de carne y hueso y no actores que acudieran a contarnos sus experiencias de rodaje, sino seres humanos tan reales como yo, que habían puesto el pie en los lugares más recónditos de la Tierra con tanto esfuerzo y sufrimiento.

El explorador proyectó las impresionantes imágenes captadas durante sus aventuras con fluidez, entremezclando divertidas anécdotas en su discurso, provocando sonrisas e incluso carcajadas hasta cuando narraba los momentos más crudos y dramáticos de sus expediciones. 

El tiempo volaba para los demás, pero para mí se había detenido hacía ya un buen rato.

No estaba ya confortablemente sentado junto al amigo que me había invitado a acudir a la conferencia, me encontraba sin embargo inmerso en un frio tan extremo que mordía las escasas superficies  de mi cara expuestas al aire helado. Estaba solo, a miles de kilómetros de aquella sala, de pie, sacudido por el feroz viento de aquellos parajes desolados y llenos de peligros que aquel hombre, tan increíble y real al mismo tiempo, nos describía de forma tan vívida, como un juglar lo hiciera en la edad media, o quizás más bien como un hechicero, que con su voz y con aquellos paisajes había conseguido hipnotizarme y obrar el milagro.

Sentí miedo cuando durante una expedición invernal al Polo Norte, envueltos en el negro manto de la noche perpetua boreal, ahuyenté al oso polar que trató de entrar en mi tienda de campaña, sentí como la tela del traje estanco se pegaba a mi piel cuando me sumergía en el agua helada del océano polar para cruzar los canales que se abrían entre los témpanos y me sentí aislado, tan solo como si fuera un astronauta en órbita o sobre la superficie de la luna, cuando esquiaba arrastrando mi trineo por la meseta Antártica hacia una lejana cordillera a la que nunca lograba acercarme por mucho que caminara. No se trataba de días, sino de semanas de soledad absoluta, a miles de kilómetros de la civilización.

Comprendí, que yo jamás tendría aquellas experiencias. Parpadeé al pensarlo. El hechizo se empezó a desvanecer. Como una revelación, me vino a la mente el pensamiento, de que ningún ser humano podía  en realidad acumular las mismas experiencias que las de ningún otro semejante, por muy parecidas que las vidas de estos fueran. No sé porque traté de establecer aquella comparación entre el explorador y yo,  supongo que es algo que de forma natural e inevitable todos hacemos con nuestros ídolos.

Giré la cabeza a mi izquierda y allí estaba mi amigo. Ya no me encontraba sobre la plataforma helada de kilómetros de espesor, sino de vuelta en aquel salón de actos escuchando de manera todavía lejana como algunos asistentes formulaban al explorador ciertas preguntas absurdas sobre la existencia o no de la tierra hueca, o de como hacer las necesidades a temperaturas de cincuenta grados bajo cero. Cuestiones que no hacían justicia al relato que nos acaba de contar y me avergonzaron, pero en realidad, ¿Qué pregunta podía estar a la altura de aquello?, quizás ninguna.

Mi cerebro volvió a ausentarse por un rato de aquella esperpéntica realidad y volvió a sumergirse en la reflexión que me había traído de vuelta. Empecé a darme cuenta de que cada lugar, situación, logro, fracaso y cada sentimiento provocado por cualquiera de esas  aventuras, fueran éstas extremas o no, generan una huella indeleble en nuestra memoria tan diferente como los seres humanos lo somos los unos de los otros. 

Admiraba a aquel individuo, gracias a él, a su proximidad y pasión, pude vivir, aunque fuera en la distancia, una ínfima parte de lo que nos había mostrado. Interiormente le di las gracias por ello y por algo más, porque con cada imagen que veía y palabra que escuchaba, las oxidadas cadenas que mantenían hundidos los recuerdos de mis viajes pasados se fueron rompiendo liberándolos uno a uno, y estos, con parsimonia, iniciaron su lento ascenso por los recovecos de mi memoria para acabar flotando en su superficie  reviviéndolos en mi conciencia como si hubieran ocurrido ayer.

Cuando me levanté para salir de aquel lugar, el explorador continuaba charlando de manera desenfadada con los curiosos que se habían acercado al estrado para hablar con él. Seguía sin poder dejar de observarle, temía que fuera la última vez que fuera a verlo, como a un familiar o amigo muy querido al que sabes que vas a tardar tiempo en volver a ver. Sabía que cuando le diera la espalda para salir, el encantamiento se rompería del todo. Pero reuní las fuerzas necesarias y lo hice, resistiendo la tentación de sumarme a aquellos que le rodeaban para exprimir el espejismo un poco más. Abrí la puerta de la sala que daba al iluminado patio por el que habíamos entrado un par de horas antes y nos dirigimos decididos hacia la salida. 

El Sol y el aire fresco terminó de hacerme volver a la realidad. Extrañamente, no sentí el vacío que esperaba, sino todo lo contrario. Tras unos segundos de silencio, necesarios para reponernos como después de una conmoción, de los viajes que acabábamos de hacer, mi compañero y yo iniciamos una animada conversación que, al igual que ocurre cuando acabas de ver una película en el cine, abandonó rápidamente el consabido repaso de todo lo que acabábamos de presenciar, incluyendo los bien merecidos elogios al explorador, para a iniciar un minucioso recopilatorio de todas nuestras propias y mutuas anécdotas de andanzas pasadas y que a su vez finalmente derivaron en nuevas y numerosas ideas para programar fascinantes proyectos futuros.