El infierno de los listillos apenas es conocido. Se trata de una pequeña habitación ubicada en un oscuro y olvidado rincón del averno. La entrada casi no se ve, se encuentra al fondo del infierno de los egocéntricos. Es una abertura angosta que conduce al listillo cuando muere a una gran cámara de escasa altura, mal ventilada, excavada en roca viva donde a duras penas se puede permanecer de pie.
Nadie lo sabe, pero hordas de listillos se hacinan en esa enorme sala condenados a deambular haciéndose los encontradizos de tanto en tanto con otros listillos como ellos. Es en esos momentos, cuando dos listillos topan de bruces y se saludan sin mirarse a los ojos, cuando su cruel penitencia da comienzo. Su elocuente discurso aflora, prepotente, tratando de apabullar a su casual contrincante con un mensaje minuciosamente elaborado y plagado de detalles que versa sobre un tema de escaso interés para el receptor. Éste a su vez, responde con soberbia e ironía de forma articulada y certera rebatiendo todos y cada uno de los puntos expuestos basando su exposición en los propios argumentos del listillo agresor y en evidentes mentiras sin escrúpulo alguno.
Las conversaciones en el infierno de los listillos, no obstante, no suelen durar mucho. Los listillos no están acostumbrados a exhibir su ingente cantidad de conocimiento de escaso interés para el ciudadano común a otros listillos como él. En condiciones normales, cuando estaban vivos, los listillos contemplaban orgullosos con ojos vidriosos como su verborrea caía sobre su inocente víctima como un agotador torrente de elocuencia. Las palabras partían de forma inexorable e implacables de sus bocas como el agua por el aliviadero de una presa silenciando a su interlocutor.
Pero en aquel particular infierno no era así, la paciencia de los dialogantes listillos comenzaba rápidamente a escasear, viéndose obligados a cesar de forma espontánea la conversación. Farfullaban tres palabras de despedida apresurada y casi grosera deseando secretamente no volver a cruzarse su camino de nuevo durante el resto de la eternidad con semejante imbécil, algo improbable, ya que el lugar estaba realmente atiborrado. Levantaban con avidez la mirada del suelo tratando de localizar a su siguiente víctima, esperando en lo más profundo de su ser, que en el próximo encuentro, el siguiente listillo no fuera tan listo como él.