- Ha ocurrido en la planta 23, llevamos dos horas intentando llegar al foco pero el derrumbe de la escalera de la planta inmediatamente inferior no nos permite llegar a ella. No sabemos muy bien que hacer, capitán, no hay más accesos a pie hasta allí. Se trata de un edificio muy antiguo, solo tiene un tiro de escaleras.-
El capitán miró hacia arriba con pereza, eran las doce de la noche y se encontraba tremendamente cansado. La cosa no pintaba nada bien. Sabía perfectamente lo que significaba un incendio en un rascacielos, había combatido muchos otros como aquel en aquella horrenda ciudad donde apenas se veía el cielo desde el sucio asfalto de sus calles... se trataba de un trabajo duro, muy peligroso y que no ofrecía ninguna garantía de que la cosa fuera a acabar bien para las victimas ni para sus hombres.
Al menos ahora no tenía que llamar a su mujer para decirle que no le esperase despierta, pensó tristemente. Hacía apenas un mes ya no tenía a nadie en casa que se preocupase por él mientras atendía aquellas emergencias intempestivas. Un alivio en casos como este, pero un infierno peor que el que estaba arrasando la planta 23 de aquel edificio con el que tenía que convivir día a día, no soportaba la soledad.
Al menos ahora no tenía que llamar a su mujer para decirle que no le esperase despierta, pensó tristemente. Hacía apenas un mes ya no tenía a nadie en casa que se preocupase por él mientras atendía aquellas emergencias intempestivas. Un alivio en casos como este, pero un infierno peor que el que estaba arrasando la planta 23 de aquel edificio con el que tenía que convivir día a día, no soportaba la soledad.
Los cristales de las ventanas donde rugía el incendio habían estallado hacía un buen rato y las llamas se asomaban amenazadoras danzando fieramente entre los vidrios rotos. La temperatura debía de ser insoportable allá arriba, había que darse prisa.
- Sabemos que los miembros del consejo de administración de la empresa que se encontraba en la planta 23 están encerrados en la sala de conferencias. - Le dijo el sargento con visible preocupación.- Al parecer estaban en medio de una acalorada reunión cuando se inició el fuego y no se percataron de los avisos de las alarmas.-
-¿Cuantos personas hay atrapadas? ¿Lo sabéis? - Dijo el capitán mirando a su compañero a los ojos con una mirada desprovista de emoción.
- Ehhh, unos veinte o veinticinco, creo. Todavía estamos tratando de localizar a algunos trabajadores que no han contestado a las llamadas, puede que haya algunos más.-
- Está bien, vamos para arriba, no perdamos más tiempo.- El capitán avanzó cansinamente hacia la puerta principal del edificio pasando por encima de las mangueras esparcidas por el suelo que conectaban los camiones cisterna con la instalación contraincendios del edificio.
El sonido sordo de los cristales al golpear contra la gruesa lona que protegía el acceso a la entrada le recordaba a cuando el agua tamborileaba en el techo de la tienda de campaña aquellas noches de tormenta de verano que pasaba con su mujer en las montañas. Los relámpagos iluminaban el interior de la tienda y su esposa se abrazaba a él despavorida cuando los truenos estallaban en sus tímpanos. Como la echaba de menos...
Al traspasar las puertas giratorias del vestíbulo de entrada se detuvo un instante para mirar el descomunal directorio de empresas que se alzaba como una enorme lápida sobre el mostrador de recepción ahora vacío. Tenía curiosidad por saber a que empresa pertenecían todos aquellos pobres desgraciados a los que el incendio había pillado por sorpresa allá arriba.
Seguros Trashman....Seguros Trashman..., aquel nombre hizo que se convirtiera en piedra. Su desinterés inicial se esfumó de repente para ser reemplazado por un soplo helado que no le permitió articular palabra ni movimiento alguno durante algunos segundos.Unas gotas frías de sudor corrieron raudas por su espina dorsal.
-Capitán, ¿le ocurre algo? Los chicos de la brigada nos están esperando en la planta 22. ¿Se encuentra bien?.-
- Si, si, sargento, no se preocupe. Me encuentro perfectamente.- Respondió el Capitán volviendo momentáneamente de su ensimismamiento. -Vamos rápido para arriba, no hay tiempo que perder.-
Comenzó el lento ascenso que tan bien conocía, peldaño a peldaño, tenía que arrastrar todo el equipo de respiración y el pesado traje de aproximación al fuego por aquella interminable escalera. Ascendieron penosamente los casi cien metros de altura que les separaban de aquellos pobres desgraciados mientras el sargento ponía al día al capitán acerca de los detalles técnicos.
- Según los planos, existe una vertical de montacargas que podría darnos acceso directamente a la sala de conferencias. Es un conducto cuadrado metálico de cincuenta centímetros de lado que corre sin interrupción desde la planta baja hasta la azotea. Podríamos instalar una plataforma en la planta 22 y hacer descender a los atrapados uno a uno sujetándolos con cuerdas o instalar una barra para que desciendan deslizándose por ella. No es un método muy ortodoxo pero creo que sería suficientemente rápido para poder sacarlos a todos de ahí a tiempo. No se me ocurre otra solución, el acceso a la cubierta también ha colapsado, y por arriba tampoco los podemos evacuar. La verdad es que la cosa pinta muy mal.-
La mirada del capitán se encontraba perdida en el siguiente peldaño de escalera que tenía que pisar. Habían alcanzado la planta 22 y uno de sus cabos les esperaba en el rellano con la puerta abierta y con semblante visiblemente preocupado.
- ¿Capitán?- Inquirió el sargento.
- Si, de acuerdo, sargento. Me parece una idea brillante. No veo mejor solución que la que propone...- Respondió con brusquedad.- Lo haremos de la siguiente manera, subiré yo mismo a la sala de conferencias para examinar la situación de primera mano. Cuando les avise, haga subir a la cuadrilla del cabo primera con todo lo necesario, arneses, cuerdas, poleas, etc. mientras van montando la plataforma en la planta 22, y por Dios, asegúrense de que esté bien asegurada, no quiero que ninguno de esos pobres diablos acabe estampado en la base del edificio ¿me oye? ¿Donde está el montacargas?-
El cabo les condujo a través de los pasillos esquivando a los bomberos que corrían de un lado para otro hasta el vestíbulo de ascensores donde abrió una pequeña compuerta que se encontraba disimulada en la pared.
-Es aquí.- Dijo el cabo.- Hay que ascender unos cuatro metros hasta la trampilla de la planta 23. El conducto tiene unas pequeñas hendiduras y salientes cada cierta distancia en los laterales que puede utilizar como apoyos y asideros para trepar. No es muy complicado, ya lo hemos comprobado.-
- Bien.- Dijo el capitán con resolución. - No se preocupen, manos a la obra.- Y dicho esto, se desprendió del equipo de respiración y se introdujo con rapidez y agilidad gatuna por la negra abertura.
El aire corría de abajo a arriba con sorprendente fuerza. El calor sofocante de la planta superior hacía que el aire el conducto se calentase perdiendo densidad provocando un flujo natural convectivo que hacía que este ascendiera por aquella chimenea metálica como si fuese impulsado por un gigantesco ventilador.
Hacía años que no escalaba. En tiempos, solían hacerlo su mujer y él en primavera y en otoño cuando no hacía demasiado calor, pero desde que ella había caído enferma habían dejado de practicar. Pasaba en su lugar el escaso tiempo libre del que le permitía disfrutar su trabajo junto a ella en la sala de estar de su pequeño piso de las afueras. Haciéndola compañía, tratando de hacerla reír, tratando de animarla.
Aquel ascenso no era nada complicado, tenían razón sus hombres. Poco a poco remontó aquella corta distancia tratando de ignorar el inmenso vacío que se abría bajo sus pies y de no dejarse impresionar por la angustiosa sensación que provocaba aquel huracán de viento en el que se había sumergido de lleno.
Lanzó una fugaz mirada hacia abajo y vio la cabeza del sargento asomada al rectángulo de luz que formaba la compuerta abierta de la planta 22 por la que se había adentrado. Alcanzó a ver como sus labios se movían pero no pudo entender nada de lo que decía. El rugir del aire volatilizaba sus palabras con furia ensordecedora.
Continuó un poco más hasta que llegó a la altura de la portezuela de la planta 23. La fuerte patada que le propinó la hizo pivotar sobre sus goznes de manera tan violenta que el manillar se empotró con fuerza en la pared en la que se encontraba. Asomó la cabeza. El sargento tenía razón, el montacargas desembarcaba directamente en aquella planta en la sala de conferencias.
Cuando sus ojos se acostumbraron de nuevo a la brillante luz que le dio la bienvenida, se encontró de bruces con la atónita mirada de veintitrés hombres y mujeres inmaculadamente vestidos y repeinados. Ni un incendio de estas características podía hacer mella en aquellos ejecutivos que tan poca acción habían visto y cuya frivolidad les hacía tratar a sus congéneres como mera basura, motas de polvo. Conocía bien a aquella estirpe de comadrejas sin sentimientos, de hecho conocía a todas y cada una de las personas que conformaban aquel grupo. Eran los mismos con los que había combatido durante todos los años que había durado la enfermedad de su mujer con más tenacidad con la que había combatido el fuego durante toda su vida. Casi podía poner nombre, apellidos e incluso voz a todas aquellas caras blancas ahora por el terror, los conocía muy pero que muy bien aunque ellos no le conocían a él. Jamás se habían dignado a recibirle en sus oficinas a pesar de su incansable insistencia, los mismísimos despachos que se lo habían arrebatado todo y que estaban ahora ardiendo irremisiblemente.
Era aquella misma aseguradora, la aseguradora del consorcio de bomberos, la que se las había ingeniado para eludir tener que afrontar el descomunal gasto que suponía llevar a cabo el tratamiento que tan desesperadamente necesitaba su mujer. Durante todo el tiempo que aquella cruzada había durado, Seguros Trashman, la empresa que habitaba la planta 23 de aquel colosal edificio, no había desembolsado ni un solo euro. Él y su mujer habían tenido que venderlo todo y gastar todos los ahorros para llevar a cabo la cura por sus propios medios, pero no había sido suficiente. Ni después de haber realizado todo aquel esfuerzo fueron capaces de pagar las últimas fases del tratamiento, las que habrían salvado la vida a su mujer, y eso, a pesar de que había una evidente relación causa efecto entre el origen de la enfermedad que había sufrido y el consorcio. Durante años, había tenido que guardar, siguiendo las instrucciones del reglamento de bomberos, su traje de amianto en el ropero para poder acudir a los siniestros directamente desde su casa sin tener porque pasar por el parque y así ganar tiempo. Las infinitesimalmente pequeñas partículas de aquel infame traje habían desencadenado la afección terminal que había acabado con la vida de su mujer y por ende con su felicidad.
La normativa prohibió su uso cuando ya era demasiado tarde, y el consorcio se vio obligado a hacer devolver los trajes a todos los oficiales. La aseguradora no había querido saber nada, no había asumido la responsabilidad del caso y había provocado con su inacción su ruina económica y las penurias consiguientes que tuvieron que afrontar.
Pero las compañías no son crueles entes inanimados, malvados de película que toman decisiones y esparcen el mal por doquier de forma irracional. No, las empresas están formadas por personas, como personas eran aquellas veintitrés almas en vilo que le miraban ahora con un brillo de esperanza que desplazaba el alarido de pánico que lucían en sus ojos cuando abrió aquella pequeña compuerta. La que debía de llevarles a su salvación. Si, allí se arracimaban atemorizados los seres humanos y racionales que son conscientes de sus decisiones, que tienen alma y cerebro y que dirigen las grandes corporaciones...seres vivos que también tienen corazón...o al menos deberían de tenerlo.
El capitán salió por la compuerta lentamente y se incorporó dentro de la sala de conferencias esbozando una radiante y amable sonrisa. Los veintitrés consejeros sonrieron a su vez al capitán recíprocamente.
- Menos mal que han aparecido ustedes, ya era hora ¡estamos salvados!.- Dijo uno.
-Maldita sea, pensabamos que nunca llegarían, ¡benditos sean!.- Dijo Fernando Ramirez, el consejero delegado que lucía unos engominados rizos grises que colgaban quizás demasiado largos acariciando su encorbatado cogote.
- Claro que si, ¡nunca debieron de dudar del cuerpo de bomberos, hombre!.- Bromeó el capitán conteniendo la risa que le había empezado a surgir de forma incontrolable en su interior.
- Está todo preparado ahí abajo, hemos acolchado el fondo de este conducto en la planta inmediatamente inferior donde mis hombres les están esperando para recogerles y llevarles sanos y salvos a la calle. Vayan por favor deslizándose sin perder el tiempo en orden y con calma por la abertura. ¡Las mujeres y los niños primero!- Finalizó con un extraño timbre de frenesí en la voz y sin dejar de sonreir.-
Los ejecutivos, se pusieron en fila, siguiendo el riguroso orden que les confería la jerarquía del consejo y sin prisa pero sin pausa fueron saltando armoniosamente uno a uno por la trampilla.
- Vamos, rápido, no se entretengan, acabemos con esto de una vez y cuanto antes. Uno a uno, ya saben, en orden y con calma...-
-¿Cuantos personas hay atrapadas? ¿Lo sabéis? - Dijo el capitán mirando a su compañero a los ojos con una mirada desprovista de emoción.
- Ehhh, unos veinte o veinticinco, creo. Todavía estamos tratando de localizar a algunos trabajadores que no han contestado a las llamadas, puede que haya algunos más.-
- Está bien, vamos para arriba, no perdamos más tiempo.- El capitán avanzó cansinamente hacia la puerta principal del edificio pasando por encima de las mangueras esparcidas por el suelo que conectaban los camiones cisterna con la instalación contraincendios del edificio.
El sonido sordo de los cristales al golpear contra la gruesa lona que protegía el acceso a la entrada le recordaba a cuando el agua tamborileaba en el techo de la tienda de campaña aquellas noches de tormenta de verano que pasaba con su mujer en las montañas. Los relámpagos iluminaban el interior de la tienda y su esposa se abrazaba a él despavorida cuando los truenos estallaban en sus tímpanos. Como la echaba de menos...
Al traspasar las puertas giratorias del vestíbulo de entrada se detuvo un instante para mirar el descomunal directorio de empresas que se alzaba como una enorme lápida sobre el mostrador de recepción ahora vacío. Tenía curiosidad por saber a que empresa pertenecían todos aquellos pobres desgraciados a los que el incendio había pillado por sorpresa allá arriba.
PLANTA 23: SEGUROS TRASHMAN, S.L.
Seguros Trashman....Seguros Trashman..., aquel nombre hizo que se convirtiera en piedra. Su desinterés inicial se esfumó de repente para ser reemplazado por un soplo helado que no le permitió articular palabra ni movimiento alguno durante algunos segundos.Unas gotas frías de sudor corrieron raudas por su espina dorsal.
-Capitán, ¿le ocurre algo? Los chicos de la brigada nos están esperando en la planta 22. ¿Se encuentra bien?.-
- Si, si, sargento, no se preocupe. Me encuentro perfectamente.- Respondió el Capitán volviendo momentáneamente de su ensimismamiento. -Vamos rápido para arriba, no hay tiempo que perder.-
Comenzó el lento ascenso que tan bien conocía, peldaño a peldaño, tenía que arrastrar todo el equipo de respiración y el pesado traje de aproximación al fuego por aquella interminable escalera. Ascendieron penosamente los casi cien metros de altura que les separaban de aquellos pobres desgraciados mientras el sargento ponía al día al capitán acerca de los detalles técnicos.
- Según los planos, existe una vertical de montacargas que podría darnos acceso directamente a la sala de conferencias. Es un conducto cuadrado metálico de cincuenta centímetros de lado que corre sin interrupción desde la planta baja hasta la azotea. Podríamos instalar una plataforma en la planta 22 y hacer descender a los atrapados uno a uno sujetándolos con cuerdas o instalar una barra para que desciendan deslizándose por ella. No es un método muy ortodoxo pero creo que sería suficientemente rápido para poder sacarlos a todos de ahí a tiempo. No se me ocurre otra solución, el acceso a la cubierta también ha colapsado, y por arriba tampoco los podemos evacuar. La verdad es que la cosa pinta muy mal.-
La mirada del capitán se encontraba perdida en el siguiente peldaño de escalera que tenía que pisar. Habían alcanzado la planta 22 y uno de sus cabos les esperaba en el rellano con la puerta abierta y con semblante visiblemente preocupado.
- ¿Capitán?- Inquirió el sargento.
- Si, de acuerdo, sargento. Me parece una idea brillante. No veo mejor solución que la que propone...- Respondió con brusquedad.- Lo haremos de la siguiente manera, subiré yo mismo a la sala de conferencias para examinar la situación de primera mano. Cuando les avise, haga subir a la cuadrilla del cabo primera con todo lo necesario, arneses, cuerdas, poleas, etc. mientras van montando la plataforma en la planta 22, y por Dios, asegúrense de que esté bien asegurada, no quiero que ninguno de esos pobres diablos acabe estampado en la base del edificio ¿me oye? ¿Donde está el montacargas?-
El cabo les condujo a través de los pasillos esquivando a los bomberos que corrían de un lado para otro hasta el vestíbulo de ascensores donde abrió una pequeña compuerta que se encontraba disimulada en la pared.
-Es aquí.- Dijo el cabo.- Hay que ascender unos cuatro metros hasta la trampilla de la planta 23. El conducto tiene unas pequeñas hendiduras y salientes cada cierta distancia en los laterales que puede utilizar como apoyos y asideros para trepar. No es muy complicado, ya lo hemos comprobado.-
- Bien.- Dijo el capitán con resolución. - No se preocupen, manos a la obra.- Y dicho esto, se desprendió del equipo de respiración y se introdujo con rapidez y agilidad gatuna por la negra abertura.
El aire corría de abajo a arriba con sorprendente fuerza. El calor sofocante de la planta superior hacía que el aire el conducto se calentase perdiendo densidad provocando un flujo natural convectivo que hacía que este ascendiera por aquella chimenea metálica como si fuese impulsado por un gigantesco ventilador.
Hacía años que no escalaba. En tiempos, solían hacerlo su mujer y él en primavera y en otoño cuando no hacía demasiado calor, pero desde que ella había caído enferma habían dejado de practicar. Pasaba en su lugar el escaso tiempo libre del que le permitía disfrutar su trabajo junto a ella en la sala de estar de su pequeño piso de las afueras. Haciéndola compañía, tratando de hacerla reír, tratando de animarla.
Aquel ascenso no era nada complicado, tenían razón sus hombres. Poco a poco remontó aquella corta distancia tratando de ignorar el inmenso vacío que se abría bajo sus pies y de no dejarse impresionar por la angustiosa sensación que provocaba aquel huracán de viento en el que se había sumergido de lleno.
Lanzó una fugaz mirada hacia abajo y vio la cabeza del sargento asomada al rectángulo de luz que formaba la compuerta abierta de la planta 22 por la que se había adentrado. Alcanzó a ver como sus labios se movían pero no pudo entender nada de lo que decía. El rugir del aire volatilizaba sus palabras con furia ensordecedora.
Continuó un poco más hasta que llegó a la altura de la portezuela de la planta 23. La fuerte patada que le propinó la hizo pivotar sobre sus goznes de manera tan violenta que el manillar se empotró con fuerza en la pared en la que se encontraba. Asomó la cabeza. El sargento tenía razón, el montacargas desembarcaba directamente en aquella planta en la sala de conferencias.
Cuando sus ojos se acostumbraron de nuevo a la brillante luz que le dio la bienvenida, se encontró de bruces con la atónita mirada de veintitrés hombres y mujeres inmaculadamente vestidos y repeinados. Ni un incendio de estas características podía hacer mella en aquellos ejecutivos que tan poca acción habían visto y cuya frivolidad les hacía tratar a sus congéneres como mera basura, motas de polvo. Conocía bien a aquella estirpe de comadrejas sin sentimientos, de hecho conocía a todas y cada una de las personas que conformaban aquel grupo. Eran los mismos con los que había combatido durante todos los años que había durado la enfermedad de su mujer con más tenacidad con la que había combatido el fuego durante toda su vida. Casi podía poner nombre, apellidos e incluso voz a todas aquellas caras blancas ahora por el terror, los conocía muy pero que muy bien aunque ellos no le conocían a él. Jamás se habían dignado a recibirle en sus oficinas a pesar de su incansable insistencia, los mismísimos despachos que se lo habían arrebatado todo y que estaban ahora ardiendo irremisiblemente.
Era aquella misma aseguradora, la aseguradora del consorcio de bomberos, la que se las había ingeniado para eludir tener que afrontar el descomunal gasto que suponía llevar a cabo el tratamiento que tan desesperadamente necesitaba su mujer. Durante todo el tiempo que aquella cruzada había durado, Seguros Trashman, la empresa que habitaba la planta 23 de aquel colosal edificio, no había desembolsado ni un solo euro. Él y su mujer habían tenido que venderlo todo y gastar todos los ahorros para llevar a cabo la cura por sus propios medios, pero no había sido suficiente. Ni después de haber realizado todo aquel esfuerzo fueron capaces de pagar las últimas fases del tratamiento, las que habrían salvado la vida a su mujer, y eso, a pesar de que había una evidente relación causa efecto entre el origen de la enfermedad que había sufrido y el consorcio. Durante años, había tenido que guardar, siguiendo las instrucciones del reglamento de bomberos, su traje de amianto en el ropero para poder acudir a los siniestros directamente desde su casa sin tener porque pasar por el parque y así ganar tiempo. Las infinitesimalmente pequeñas partículas de aquel infame traje habían desencadenado la afección terminal que había acabado con la vida de su mujer y por ende con su felicidad.
La normativa prohibió su uso cuando ya era demasiado tarde, y el consorcio se vio obligado a hacer devolver los trajes a todos los oficiales. La aseguradora no había querido saber nada, no había asumido la responsabilidad del caso y había provocado con su inacción su ruina económica y las penurias consiguientes que tuvieron que afrontar.
Pero las compañías no son crueles entes inanimados, malvados de película que toman decisiones y esparcen el mal por doquier de forma irracional. No, las empresas están formadas por personas, como personas eran aquellas veintitrés almas en vilo que le miraban ahora con un brillo de esperanza que desplazaba el alarido de pánico que lucían en sus ojos cuando abrió aquella pequeña compuerta. La que debía de llevarles a su salvación. Si, allí se arracimaban atemorizados los seres humanos y racionales que son conscientes de sus decisiones, que tienen alma y cerebro y que dirigen las grandes corporaciones...seres vivos que también tienen corazón...o al menos deberían de tenerlo.
El capitán salió por la compuerta lentamente y se incorporó dentro de la sala de conferencias esbozando una radiante y amable sonrisa. Los veintitrés consejeros sonrieron a su vez al capitán recíprocamente.
- Menos mal que han aparecido ustedes, ya era hora ¡estamos salvados!.- Dijo uno.
-Maldita sea, pensabamos que nunca llegarían, ¡benditos sean!.- Dijo Fernando Ramirez, el consejero delegado que lucía unos engominados rizos grises que colgaban quizás demasiado largos acariciando su encorbatado cogote.
- Claro que si, ¡nunca debieron de dudar del cuerpo de bomberos, hombre!.- Bromeó el capitán conteniendo la risa que le había empezado a surgir de forma incontrolable en su interior.
- Está todo preparado ahí abajo, hemos acolchado el fondo de este conducto en la planta inmediatamente inferior donde mis hombres les están esperando para recogerles y llevarles sanos y salvos a la calle. Vayan por favor deslizándose sin perder el tiempo en orden y con calma por la abertura. ¡Las mujeres y los niños primero!- Finalizó con un extraño timbre de frenesí en la voz y sin dejar de sonreir.-
Los ejecutivos, se pusieron en fila, siguiendo el riguroso orden que les confería la jerarquía del consejo y sin prisa pero sin pausa fueron saltando armoniosamente uno a uno por la trampilla.
- Vamos, rápido, no se entretengan, acabemos con esto de una vez y cuanto antes. Uno a uno, ya saben, en orden y con calma...-