Veo caer pavesas a mi alrededor, blanquecinas, diminutas,
como si de pronto hubiese llegado la Navidad… pero no, no llega el tiempo feliz
de los regalos y el asombro y la esperanza de los niños, lo que llega son los
restos del incendio, toneladas de vivencias que han ardido en un fuego interior
que me ha consumido durante años.
Al principio todo iba bien, o mejor que bien. Tras un
encuentro inesperado de almas provocado por el roce de dos manos, se sucedió
una explosión de pasión desatada, estalló la lucha desesperada de la búsqueda
de cuerpos, y una batalla sin cuartel de encuentros y desencuentros, de
acercamientos y rechazos, lanzamientos al vacío, seguidos del pánico irracional
por lo que podría venir después. Todo vivido al límite un día tras otro. Algo
así no podía perpetuarse, la explosión inicial se mitigó y dio paso a tiempos
de ilusión y esfuerzos compartidos, de una lucha común. Y el fuego inicial se
convirtió en el calor de las brasas, algo que te arropaba, que te envolvía en la
agradable sensación de pertenecer a una llama perpetua, eternamente iluminada,
siempre cercana, conectada a ti.
Uno no es consciente de cuando se origina la chispa que
engendra la destrucción. Llega sin avisar. Se produce en un micro-segundo. No
sabes siquiera donde ha surgido, pero siempre prende en algún sitio… No sabes
si procede del enfado, de un relámpago de ira, de una mala contestación, una
mirada llena de reproche, un silencio inoportuno… Pero la chispa explota de
forma instantánea y todo lo que se ha ido acumulando, unas veces con prisa,
otras con desidia, otras con cuidado y primor, todo, absolutamente todo, tanto
lo bueno como lo malo, comienza a arder, a prenderse en una esquina sin que te enteres.
Y todo empieza ahí.
El calor que te arropaba y que era tu refugio se transforma
y comienza la sensación de agobio, de presión, de sofoco. Puertas y ventanas se
cierran, y entonces comienza la falta de aire, y llega la asfixia, y la
necesidad imperiosa de tener que hacer un esfuerzo para respirar y sobrevivir.
El sufrimiento empieza a ser un compañero permanente en tu vida. Te saluda por
la mañana cuando te despiertas, y no deja de llamarte y reclamar tu atención a
lo largo del día, para que no olvides que está ahí, que se ha convertido en un
inquilino indeseable al que no puedes expulsar.
Al final llega el fuego, que se extiende con ansia en tu
interior arrasando metro a metro, centímetro a centímetro todo lo que encuentra
a su paso. Sientes el dolor desgarrándote, las llamas devorando cada milímetro
de carne y de piel, en una tortura interminable y perenne que eres incapaz de
controlar. El fuego devora, se apodera de todo lo que encuentra a su paso y lo
aniquila lentamente. Juguetea con tus sentimientos y tus recuerdos, y uno a uno
los va destrozando. Al principio parece que les anima, vislumbras los objetos al rojo vivo, parecen estar llenos de luz, de vida, de sangre… pero
esa misma luz los destroza desde su mismo interior, y lo que en un momento está
incandescente, al poco se vuelve negro, gris, apagado. La forma se desmorona,
se descompone y acaban quedando solo cenizas.
Solo puedes contemplar atónita, extrañada y perpleja, como
todo desaparece bajo su poder, bajo su fuerza, bajo su capacidad infinita de
destrucción…Y te quedas paralizada, observando entre catatónica y asombrada
todo ese proceso, mientras oyes crepitar todo tu interior, tus ilusiones, tus
esperanzas, lo construido, lo que estaba a la espera de ser creado, lo ganado,
lo vivido…
Y un día levantas la mirada, y lo que ves es un panorama
apocalíptico, un mundo destrozado, solo hay cenizas a tu alrededor. Lo que
tenía luz se convierte en oscuridad y solo puedes distinguir tonos grises a tu
alrededor…Tu vida ha desaparecido, y solo quedan cenizas y escombros, y te
preguntas como has llegado a ese devastado paisaje… ¿cómo es posible que no lo
hayas visto venir?… ¿En qué momento perdiste el control? ¿En qué momento la
chispa se convirtió en fuego?, ¿en qué momento lo que parecía mágico comenzó a
devorar y a destrozar tu vida…en qué instante se vino todo abajo…?
Al final llega el silencio, un viento gélido te recorre
entera por dentro, no hay espacio ya para el calor,... solo cenizas, pavesas
flotantes en un mundo irreal que te rodea, te ha absorbido por completo y se ha
convertido en tu mundo… Y un grito salvaje y desesperado te brota de dentro, y
estalla rompiendo la barrera del sonido y alcanzando espacios y universos más
allá de tu propia imaginación, un grito de dolor espantoso, un grito de
desesperación frenética, un grito que te da la vuelta y saca lo poco que
quedaba de ti. Vacío. Con ese grito ya no queda nada salvo vacío.
Y a la mañana siguiente de nuevo sale el sol que ciega tus
ojos acostumbrados ya a la oscuridad, y tú no sabes qué hacer con ese paisaje
en el que estás inmersa. No sabes adonde ir ni cómo moverte. No sabes que
puedes pisar y que no, no sabes si ese dolor que percibes latente bajo todos
los poros de tu piel, va a ser soportable o te va a paralizar de nuevo. No
sabes nada. Pero algo en tu interior te dice que tras la destrucción y la
disolución llegan la calma y la reconstrucción.
El tiempo se paraliza durante unos instantes, y pierdes la
noción del espacio y del tiempo, te encuentras suspendida en un universo adimensional
y en ese vacío y esa infinitud recuerdas que eres el ave Fénix, y que es el
momento de resurgir. El cosmos volverá a ser creado, y aunque eres consciente de
que todo tu mundo volverá a ser devorado por las llamas, tienes la certeza de
que volverás a entregar tu corazón. Te yergues, miras adelante, mueves un pie,
luego otro, y comienzas a caminar de nuevo.
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