martes, 13 de agosto de 2019

FUEGO


Veo caer pavesas a mi alrededor, blanquecinas, diminutas, como si de pronto hubiese llegado la Navidad… pero no, no llega el tiempo feliz de los regalos y el asombro y la esperanza de los niños, lo que llega son los restos del incendio, toneladas de vivencias que han ardido en un fuego interior que me ha consumido durante años.

Al principio todo iba bien, o mejor que bien. Tras un encuentro inesperado de almas provocado por el roce de dos manos, se sucedió una explosión de pasión desatada, estalló la lucha desesperada de la búsqueda de cuerpos, y una batalla sin cuartel de encuentros y desencuentros, de acercamientos y rechazos, lanzamientos al vacío, seguidos del pánico irracional por lo que podría venir después. Todo vivido al límite un día tras otro. Algo así no podía perpetuarse, la explosión inicial se mitigó y dio paso a tiempos de ilusión y esfuerzos compartidos, de una lucha común. Y el fuego inicial se convirtió en el calor de las brasas, algo que te arropaba, que te envolvía en la agradable sensación de pertenecer a una llama perpetua, eternamente iluminada, siempre cercana, conectada a ti.

Uno no es consciente de cuando se origina la chispa que engendra la destrucción. Llega sin avisar. Se produce en un micro-segundo. No sabes siquiera donde ha surgido, pero siempre prende en algún sitio… No sabes si procede del enfado, de un relámpago de ira, de una mala contestación, una mirada llena de reproche, un silencio inoportuno… Pero la chispa explota de forma instantánea y todo lo que se ha ido acumulando, unas veces con prisa, otras con desidia, otras con cuidado y primor, todo, absolutamente todo, tanto lo bueno como lo malo, comienza a arder, a prenderse en una esquina sin que te enteres. Y todo empieza ahí.

El calor que te arropaba y que era tu refugio se transforma y comienza la sensación de agobio, de presión, de sofoco. Puertas y ventanas se cierran, y entonces comienza la falta de aire, y llega la asfixia, y la necesidad imperiosa de tener que hacer un esfuerzo para respirar y sobrevivir. El sufrimiento empieza a ser un compañero permanente en tu vida. Te saluda por la mañana cuando te despiertas, y no deja de llamarte y reclamar tu atención a lo largo del día, para que no olvides que está ahí, que se ha convertido en un inquilino indeseable al que no puedes expulsar.

Al final llega el fuego, que se extiende con ansia en tu interior arrasando metro a metro, centímetro a centímetro todo lo que encuentra a su paso. Sientes el dolor desgarrándote, las llamas devorando cada milímetro de carne y de piel, en una tortura interminable y perenne que eres incapaz de controlar. El fuego devora, se apodera de todo lo que encuentra a su paso y lo aniquila lentamente. Juguetea con tus sentimientos y tus recuerdos, y uno a uno los va destrozando. Al principio parece que les anima, vislumbras los objetos al rojo vivo, parecen estar llenos de luz, de vida, de sangre… pero esa misma luz los destroza desde su mismo interior, y lo que en un momento está incandescente, al poco se vuelve negro, gris, apagado. La forma se desmorona, se descompone y acaban quedando solo cenizas.

Solo puedes contemplar atónita, extrañada y perpleja, como todo desaparece bajo su poder, bajo su fuerza, bajo su capacidad infinita de destrucción…Y te quedas paralizada, observando entre catatónica y asombrada todo ese proceso, mientras oyes crepitar todo tu interior, tus ilusiones, tus esperanzas, lo construido, lo que estaba a la espera de ser creado, lo ganado, lo vivido…

Y un día levantas la mirada, y lo que ves es un panorama apocalíptico, un mundo destrozado, solo hay cenizas a tu alrededor. Lo que tenía luz se convierte en oscuridad y solo puedes distinguir tonos grises a tu alrededor…Tu vida ha desaparecido, y solo quedan cenizas y escombros, y te preguntas como has llegado a ese devastado paisaje… ¿cómo es posible que no lo hayas visto venir?… ¿En qué momento perdiste el control? ¿En qué momento la chispa se convirtió en fuego?, ¿en qué momento lo que parecía mágico comenzó a devorar y a destrozar tu vida…en qué instante se vino todo abajo…?

Al final llega el silencio, un viento gélido te recorre entera por dentro, no hay espacio ya para el calor,... solo cenizas, pavesas flotantes en un mundo irreal que te rodea, te ha absorbido por completo y se ha convertido en tu mundo… Y un grito salvaje y desesperado te brota de dentro, y estalla rompiendo la barrera del sonido y alcanzando espacios y universos más allá de tu propia imaginación, un grito de dolor espantoso, un grito de desesperación frenética, un grito que te da la vuelta y saca lo poco que quedaba de ti. Vacío. Con ese grito ya no queda nada salvo vacío.

Y a la mañana siguiente de nuevo sale el sol que ciega tus ojos acostumbrados ya a la oscuridad, y tú no sabes qué hacer con ese paisaje en el que estás inmersa. No sabes adonde ir ni cómo moverte. No sabes que puedes pisar y que no, no sabes si ese dolor que percibes latente bajo todos los poros de tu piel, va a ser soportable o te va a paralizar de nuevo. No sabes nada. Pero algo en tu interior te dice que tras la destrucción y la disolución llegan la calma y la reconstrucción.

El tiempo se paraliza durante unos instantes, y pierdes la noción del espacio y del tiempo, te encuentras suspendida en un universo adimensional y en ese vacío y esa infinitud recuerdas que eres el ave Fénix, y que es el momento de resurgir. El cosmos volverá a ser creado, y aunque eres consciente de que todo tu mundo volverá a ser devorado por las llamas, tienes la certeza de que volverás a entregar tu corazón. Te yergues, miras adelante, mueves un pie, luego otro, y comienzas a caminar de nuevo.

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