martes, 3 de septiembre de 2019

Tocaré


“Es de fuego, es de fuego/
el contacto de tus cuerdas y mis dedos…”

Así empezaba la canción. Do, sol, la menor y fa, una y otra vez, repetidos hasta la saciedad, tanto en las estrofas como en el estribillo. Sonia llegó con la propuesta una noche de ensayo, había recordado aquella canción conduciendo hasta el local, no sabía por qué, si hacía siglos que no la escuchaba, pero se le había aparecido y por alguna misteriosa razón, ella, que tenía problemas en recordar si había cerrado o no con llave el coche y con frecuencia tenía que volver a comprobarlo, había sido capaz de cantarla palabra tras palabra, sin errar una sola. Fue, con diferencia, la canción que menos les costó aprenderse al grupo. En el camino de vuelta a casa, Sonia, con la cabeza aún temblando con la potencia de los amplificadores y de la batería, con el dulce subidón de las cervezas y el ensayo, sonreía al pensar lo joven que era cuando la escuchó por primera vez, lo prometedor y sugerente que era todo en aquella Salamanca a la que fue a estudiar enfermería, y pensó en qué habría sido de él, si seguiría casado o tendría algún hijo más, pensó qué habría sido de mí, de nosotros, si no le hubiera conocido tan joven, si no hubiera tenido tanto que vivir antes de sentir esta certeza que siento ahora de que lo más importante es que haya alguien que te espere cuando vuelvas a casa.

En el siguiente ensayo fue cuando empezaron a ocurrir cosas extrañas. Llevaban meses preparando un concierto que darían a la semana siguiente, y había ya doce canciones que se sabían al dedillo, y que ensayaban de corrido, como simulando lo que sería la noche del concierto, pero en la sesión anterior las cosas habían ido también con “Tocaré”, que decidieron intentar incorporarla. Empezó la guitarra eléctrica de Chloe, y después entró la batería de Nico, pero la atmósfera se cargó definitivamente cuando Sonia empezó a cantar: Sonia, que por lo habitual se mantenía bastante hierática entorno al micrófono (Nico la llamaba cariñosamente insecto-palo), empezó a contonear el cuerpo de forma rítmica, moviendo las caderas arriba y abajo al ritmo del bajo de Edu, y pasándose la mano por la cara y su largo pelo de una forma en que ninguno le había visto hacerlo antes. Edu, que nunca se había sentido atraído por ella, estaba hipnotizado por el vaivén del culo de Sonia, y más de una vez tocó la nota equivocada, aunque nadie pareció notarlo. Quizás porque Nico lo que no podía dejar de mirar era cómo los pechos de Chloe se movían descontrolados bajo la camiseta, al ritmo de los acordes de una guitarra que despedía rayos y centellas, y aporreaba la batería con una furia y una pasión que su novia hacía siglos que no veía en su cama. Chloe, a su vez, a pesar de estar felizmente casada y tener ya una niña, no podía apartar la vista del paquete de Edu y de ese bulto sospechoso que parecía hacerse más y más grande según avanzaba la canción. La que no parecía mirar a nadie, más que nada porque durante toda la canción tuvo los ojos cerrados, fue Sonia, aunque puede que su cabeza estuviera recordando una noche en Salamanca de hace muchos años. Cuando acabó la canción, mantuvieron la vista baja durante unos segundos, avergonzados por el insoportable grado de excitación que habían vivido todos. En silencio, recogieron los bártulos y todos asintieron cuando Sonia musitó que creía que debían atreverse a tocarla en el concierto, a pesar de lo poco que la habían ensayado.

Llegaron con tiempo de sobra para hacer la prueba de sonido. La sala no era otra cosa que un bar acondicionado para dar conciertos, por lo que cuando llegó el momento de empezar, había al menos unas sesenta personas, entre amigos y habituales del bar. Empezaron con la parte más trabajada de su repertorio, su lista de doce canciones que tocaron en riguroso orden, con Sonia aferrada al micro como una lapa, completamente inmóvil. El concierto transcurría de una forma correcta e irreprochable, sin grandes alardes pero sin fallos, de forma que los parroquianos del bar, a quienes en principio el concierto ni les iba ni les venía, aguantaron las doce canciones acodados en la barra, sin aplaudir pero sin protestar.  

Entonces llegó la decimotercera canción. Sonia se giró por primera vez en todo el concierto hacia sus compañeros, sonrió levemente y le hizo un gesto con la mano a Chloe para que contuviera aún los acordes del comienzo de la canción. Empezó a cantar a capella:

“Es de fuego, es de fuego/
el contacto de tus cuerdas y mis dedos”

El murmullo de fondo que hay en todos los conciertos paró casi de inmediato.

“Fue difícil, pasó el tiempo/
metal, madera/
se ensartan en mi cuerpo…”

Sonia hizo un gesto a Chloe, que comenzó a acariciar los acordes de guitarra, anhelando con excitación el momento en que Edu entrara con el bajo, y acordes y ritmo se fusionaran en uno, y a ella le estallara todo por dentro y el deseo se le hiciera carne viva, y todo esto confiando en que su marido, que había ido a verla, no notara nada. Edu milagrosamente fue capaz de entrar al mismo tiempo que Sonia, porque a pesar de que él en lo único que podía pensar era en abalanzarse sobre Sonia y desnudarla allí mismo, las manos se deslizaban como autómatas por los trastes, sabiendo donde tenían que ir en cada momento, como lo hubiesen sabido si hubieran tenido acceso al cuerpo de Sonia en ese instante. Los miembros del grupo estaban reviviendo la experiencia del último ensayo, pero potenciada  por la adrenalina de tocar en directo y por la actuación desbordante de Sonia, que estaba fuera de sí, vocal y gestualmente. Si alguno de ellos hubiera estado en condiciones de prestar atención a lo que pasaba en la sala, se habrían quedado paralizados por la sorpresa, pero ninguno tenía ojos (ni manos, ni bocas) para nada que no fuera lo que estaba pasando en el escenario. Mientras, en la sala, como guiados por la voz de Sonia, todo el público se había ido amontonando junto al escenario, muy pegados unos a otros, cada vez más pegados, y con cada acorde de Chloe, y con cada grito desgarrado de Sonia, se apretaban más, conocidos y desconocidos, mujeres y hombres, frotándose unos contra otros, tocándose con fiereza indisimulada, salvajes, irremediablemente atraídos unos por otros, olvidados los límites del pudor…

Cuando sonó el último acorde de la canción, poco a poco fueron volviendo en sí, varios pidieron perdón por tener la mano aún ahí, disculpa, no sé cómo ha podido pasar. Un par se vistieron y al menos otros tres tuvieron que asegurar a sus parejas que no habían visto lo que habían creído ver. Nadie se atrevió a pedir un bis, todos desfilaron lentamente hacia la salida, como un ejercito derrotado huyendo de Sodoma y Gomorra. En el escenario, de nuevo en silencio, recogieron sus instrumentos y se emplazaron para el próximo ensayo, aunque Sonia sabía bien que nunca volverían a tocar juntos.



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