Como cada mañana, tras su tonificante paseo matutino por el astillero,
Manuel recogió el correo antes de volver a casa. Tras años pateando aquella
zona debido a su trabajo, ahora que ya se había retirado, no podía evitar
volver a ella diariamente, porque al fin y al cabo, su trabajo había sido
también su pasión, y de las pasiones y los amores uno no se jubila nunca.
Doce años habían pasado ya, desde aquella fiesta de
despedida, en la que sus jefes, compañeros de trabajo e incluso clientes, habían
agradecido el buen saber hacer y estar, y habían despedido al que con el paso
de los años se había convertido en un buen amigo para muchos.
Carmen, su mujer, le estaría esperando con el desayuno
preparado, para coger fuerzas, y volver a salir, esta vez con ella del brazo, a
andar un rato antes de que el sol picase demasiado por el paseo marítimo.
En breve celebrarían sus bodas de oro. Cómo pasa el tiempo,
pensó, parece que fue ayer cuando la observaba por las calles del barrio,
cuando se reunía con sus amigas. Sonrió al recordar aquella época, en la que el
y sus amigos, aún adolescentes, jugaban a ser hombres compartiendo un pitillo, hablado
con entusiasmo de su futuro, de lo que iban a estudiar, de lo que querían
llegar a ser, de las muchachas que les volvían locos...
Sí, aquella muchacha morena había conquistado su corazón
desde muy pronto, y no perdía ocasión de acercarse a su grupo y arrimarse a
ella para estar a su lado siempre que podía. Con el tiempo, ella le confesó que
al principio había pensado: "este chico, qué pesado es... aparece por
todas partes, que querrá..." Hasta que llegado su tiempo, el velo de la
inocencia acabó cayendo como una hoja de otoño, y para ella se hizo patente lo
que quería.
Entonces comenzó a rondarla, pero en aquella época las cosas
se hacían como el cocido de la abuela, a fuego lento, para que fueran cogiendo
gusto y sustancia poco a poco.
El asedio duró años, durante los cuales, ella seguía
asistiendo a sus clase en el colegio, hasta que en un momento dado se puso a trabajar
en una tienda de deportes. Él mientras tanto, estudiaba y se preparaba, tenía
que poder ofrecerle un buen futuro a aquella perla, si quería que fuese suya, y
entre las clases en la Universidad, y las horas de estudio en la biblioteca,
siempre encontraba el hueco para ir a su casa, acompañando al novio de la
hermana mayor, para poder verla aunque fuera en presencia de toda su familia.
Al principio, como no era nadie todavía, no le dejaban pasar,
así que esperaba horas y horas en el portal, porque no le permitían subir a
verla. No todas seguidas, claro... una hora cada día, porque los asedios son
así, una cuestión de tiempo. Los gana el que persevera e insiste, apostado a la
entrada de la fortaleza, sin variar un ápice su posición, bajo la lluvia, el
gélido viento, o el abrasador sol en verano.
La madre de ella observaba... y cuando el novio oficial de
su hermana bajaba de la casa, le enviaba algún dulce. Era su forma de
recompensar su fidelidad. El chico se lo merece, pensaba...podría haberse ido a
dar una vuelta, pero se mantiene firme en su posición para demostrar su
interés. Este chico le conviene a mi niña. Se ve que tiene las cosas muy claras
y sabe luchar por lo que quiere. Será de los que cuando arrecien las tormentas
sabrá mantener firme el timón. Esas cosas, solo las madres saben verlas. ¡Y
además está estudiando para ingeniero!
Qué tiempos aquellos, pensó Manuel... y entró en casa para
desayunar de nuevo con su esposa. Mientras remataba el tentempié abrió las
cartas. La mayoría eran recibos del banco, y propaganda, pero uno de aquellos
sobres le llamó la atención. Llevaba un curioso membrete, y parecía proceder de
un despacho de abogados.
"Qué extraño", pensó. "A estas alturas no
creo que me vaya a llegar ninguna herencia, y tampoco tengo ningún asunto legal
pendiente. ¿Qué será esto?" Repasó en su mente, intentando encontrar una
razón por la que un despacho de abogados tuviera que enviarle una carta. ¿Me
habrán puesto una denuncia? ¿Habrán cogido los chicos el coche cuando
estuvieron aquí durante los carnavales y habrá pasado algo con el coche? Y
mientras se hacía todas estas preguntas, con manos ágiles, a pesar de su edad,
abrió presto el sobre para cotillear su contenido. Encontró una extraña carta
que le dejó sorprendido:
Estimado Sr.
Fernández,
Nos es grato comunicarle que tras
haber rehecho la contabilidad de los últimos años, nuestro cliente, que al
parecer es un gran amigo suyo aunque hace años que no lo ve, ha detectado un
saldo a su favor de 520 horas.
No nos está permitido revelar su
nombre, ya que para darle una sorpresa, por ahora prefiere permanecer en el
anonimato.
Le emplazamos por tanto a que
pase por nuestras oficinas sitas en la calle Luna 33, 11500, El puerto de Santa
María. el próximo martes 4 de junio, de 12:00 a 14:00, para formalizar cierta
documentación, poder abonarle lo que se le debe y reencontrarse con su amigo.
Atentamente
Francisco Rivera Pastor
Bufete Ortiz abogados
Manuel se quedó pensativo, y miró a su mujer, que ya estaba
fregando las tazas del desayuno.
- Carmen, ¿a ti te suena un tal Francisco Rivera?
- ¿A mí? nada de nada, ¿por qué?
- ¿Y el Bufete Ortiz abogados?
- Pues hijo, tampoco...
- No sé, me escriben que me reúna con ellos para pagarme
unas horas que me deben... Esto no hay quien lo entienda... ¡Pero si me jubilé
hace doce años! tiene que ser un error, alguna equivocación.
- Pues hijo, si es que te van a pagar algo, yo que tú iba...
Vete tú a saber de donde vendrá, pero sea lo que sea, siempre viene bien.
- Pero vamos a ver, si desde que nos vinimos a vivir Cádiz
cuando me dieron el puesto en el astillero, no he trabajado nada más que para
una empresa... y ellos no pueden ser... ¿y porqué el que tiene que pagarme
prefiere permanecer en el anonimato? Si fuese amigo mío, no se andaría con
tanto misterio. Esto de la carta es un timo seguro...
- Bueno, pero timo o no, tampoco tienes nada que hacer, ni
nada que perder, ¿no?, pues date un paseo por si acaso... igual la empresa le
facturó algún barco mal a algún cliente... y como tu figurabas en los papeles y
saben que tu fuiste el responsable de la construcción han supuesto que tenían
que dártelo a tí...¡vete tu a saber!, y no puedes negar que a lo largo de los
años sí has hecho amigos entre los clientes de la empresa... vamos, que yo que
tú iría...
- ¿Pero no te das cuenta de que esto no tiene ni pies ni
cabeza?
- A ver, no todo tiene que ser lógico en esta vida…tú
siempre tan racional…Si te da miedo ir solo por si intentan engañarte puedo
acompañarte...
- No, mujer no, ¡que me va a dar miedo ir solo a estas
alturas de mi vida!...ya chocheas, eh...
El 4 de junio Manuel se puso uno de sus mejores trajes,
salió arreglado como un señor, y encaminó sus pasos hacia la dirección que
indicaba la extraña carta. Pero su sorpresa al llegar allí, fue que no había
ningún despacho de abogados.
Ya se estaba dando la vuelta diciéndose a sí mismo, "si
ya sabía yo que esto era un timo..., no se porqué le he hecho caso a
Carmen", cuando de pronto vio a su mujer sentada en la terraza de una
cafetería frente al número 33 de la calle de la luna.
- Carmen, ¿pero que haces aquí? En el fondo no te fiabas tú
tampoco de la carta y has venido como refuerzo, ¿verdad?
- No Manuel, siéntate a tomar algo conmigo... quiero
contarte una cosa. En realidad la escribí yo... yo soy el cliente anónimo.
Y mientras hablaba, Carmen hurgó en su bolso, y sacó un
pequeño y viejo cuaderno de hojas amarillentas.
Manuel se quedó perplejo...
- Pero, ¿y esto a cuento de que viene?
- Verás, la semana pasada estuve haciendo limpieza en el
altillo y encontré esto. Es de hace mil años. Yo pensé que lo había perdido, porque
no había vuelto a verlo desde que nos trasladamos desde Madrid. ¿Te acuerdas de
cuando empezaste a cortejarme?
- Cómo no me voy a acordar, mujer, fueron años maravillosos
para mí
- Pues en aquella época, cuando empezaste a venir a verme y
mis padres te dejaban esperando en la calle, yo me dedicaba a anotar en este
cuaderno las horas que me esperabas. Te observaba desde detrás de las cortinas, y ponía la fecha, la hora, si parecías
contento o enfadado, la ropa que llevabas puesta, y las cosas que pensaba sobre
ti… ¡siempre te veía tan guapo, tan atractivo, tan interesante!
He estado haciendo la cuenta, y me estuviste esperando 520
horas a lo largo de 5 años.
No sabía cómo hacerte venir hasta aquí, sin que sospecharas
nada... quería darte una sorpresa en nuestro 50 aniversario de bodas... ¿Te
acuerdas de este sitio verdad?
- Pues sí, ya me
parecía que me resultaba familiar la dirección de la carta. Aquí es donde
veníamos los domingos a tomar el aperitivo los primeros años de estar aquí.
- Sí, por eso quise darte la sorpresa aquí... era el lugar más cercano a aquella época. Quería que volvieras a reencontrarte
con aquella colegiala de dieciséis años, para agradecerte personalmente las 520
horas que pasaste de pie durante años, delante del portal de mi casa. Sinceramente,
creo que la espera mereció la pena. Feliz aniversario Manuel.
- ¡Pues claro que mereció la pena! Feliz aniversario, mi
querida Carmen