domingo, 3 de octubre de 2021

EL REY DE TARTESSOS

De sus más preciadas posesiones, Gadir era sin duda la más bella de todas. Quizás fuese aquella la última oportunidad que tuviera para contemplar una de aquellas sobrecogedoras puestas de sol que siempre le dejaban sin respiración. 

Desde aquella pequeña y coqueta caleta, ubicada al oeste de la isla de Eritea, podía escrutar el interminable e indómito océano que se extendía como una alfombra erizada por tornadizos borregos blancos hacia el oeste. Allí, cómodamente sentado entre las columnas del templo de Astarte, daba rienda suelta a su cada vez más marchita imaginación tratando de adivinar que podría esconder el horizonte. 

El Titán Helios, como lo llamaban sus camaradas griegos, parecía no querer esconderse nunca. Se resistía a ser engullido por aquel mar embravecido para dar paso a la noche, enrojeciendo el cielo como nunca había visto en ninguna otra parte de su reino. Su luz penetraba a través de sus pobladas cejas blancas en sus retinas tatuando en su mente una llamada imperiosa que le invitaba inexorablemente a navegar en su pos.

Estaba muy cansado, devastado por dentro, casi deseaba que aquella noche fuera por fin ya la última y no tener que despertar para enfrentarse de nuevo al sinfín de decisiones que día a día debía de tomar. Despreciaba el momento en el que sus consejeros se arremolinaban a su alrededor nada más traspasar el umbral de las puertas de palacio al regresar de alguno de sus viajes. Los tiempos andaban muy revueltos últimamente y todas las noticias que venían del este, de allende los mares, no auguraban nada bueno. La apuesta de Tartessos de financiar a los focenses había sido atrevida y temeraria, puede que hasta ciertamente estúpida teniendo en cuenta que los asentamientos cartagineses en la península habían echado unas raíces tan profundas como las minas de plata que ellos mismos excavaban por doquier.

Alalia, precisamente el epitafio que necesitaba. 

A su espalda, iluminados por aquel resplandor ardiente y anaranjado, como proyectado en el cielo por una ciudad en llamas, el recién llegado mensajero provocaba el caos entre sus acompañantes que vociferaban sin parar desintegrando aquel precioso momento. 

Cerró los ojos. 

Sabía que el fin del mundo no se encontraba al oeste, mas allá de aquella lejana línea del horizonte que tenía ante sí, sino que avanzaba como un abrumador rodillo desde las colonias púnicas de la costa de levante de sus dominios a las que hacía ya años no podía visitar. 

Alalia, los perros Focenses la habían defendido contra el ataque cartaginés, sí, pero a tan alto precio que más les habría valido a todos que la hubieran perdido dignamente.

- Mi señor, nuestros aliados, ... ha habido una gran batalla naval, me temo que... -

- No, no me molestéis ahora. Os lo ruego. Mañana convocaré al consejo y tomaré las decisiones oportunas.-

Argantonio, permaneció todavía una hora más observando, intrigado y fascinado al mismo tiempo, cada insignificante detalle, cada matiz, cada cambio de color que se producía en el cielo. Se sonreía ante la futilidad de tratar de archivar aquella imagen como un recuerdo única e inolvidable, un esfuerzo tan vano tratar de captar en un lienzo la imposible atmósfera cambiante. 

El faro que se erguía todavía orgulloso al otro lado del canal entre las ruinas del ancestral templo de Baal Hammon, se iluminó repentinamente con una gran llamarada. No había ninguna prisa, cada segundo importaba porque era el último, cada soplo de brisa sobre su pelo le empujaría un poco más en la dirección que el quería, hacia aquel mar salvaje, poderoso, indomable e interminable que tantas de sus naves había engullido. Aquella misma noche emprendería el viaje, había llegado su turno. Se enjuagó las lágrimas, suspiró, se mesó la larguísima barba y se levantó.



viernes, 24 de septiembre de 2021

Madre anoche en las trincheras

 La parte de su fusil que tocaba su cara le hacía sentir como sí su mandíbula estuviese adormecida por el frio y eso que entre su piel y el acero había un trozo de lana. El olor penetrante a grasa, acero y pólvora propio de las armas de fuego, le resultaba agradable.

Estaba sentado sobre una caja de munición vacía cerca de la lumbre que chisporroteaba y dibujaba sombras y luces en la trinchera, mirando al puchero a ver si hervía de una vez para poder tomar otro tazón de eso a lo que todos llamaban café. Su mirada a cada instante se nublaba por las lágrimas que le producía el frio. 

Esa noche todo estaba tranquilo, alguna bala perdida a la que ni se le prestaba atención, amenizada por las coplas flamencas y desgarradas del "Cabrero", ...todas hablaban del duro trabajo en el campo, del poder y la justicia, del amor por encima de lo material. Recordaba, Pedro, cuando aquel miembro de la Compañía Lincoln les decía en un español primario: "Esa musico,....está parecida a sing, of grandmother"... gracias a George, un inglés, que actuaba de traductor, que les explicó que Washington, se refería a unas canciones que contaban historias de esclavos y que se conocía como Blues, curiosa analogía, pensó Pedro, aunque su decepción de todo, no le invito a compartir su pensamiento con aquel chico "moreno" que enterraron a la orilla del Jarama...

Con la mano entumecida por el frio, se abrió el bolsillo de la chaqueta y sacó, el papel apergaminado, que por la mañana había recogido junto con los objetos personales de Manuel. Que no había muerto ni por una bayoneta, ni por una granada...ni siquiera por una bala perdida...Manuel se había muerto de frio...su gesto recordaba al de un pajarito dormido. Manuel había estado junto a él, desde los comienzos de esta maldita guerra, eran amigos desde pequeños y conocía perfectamente a sus padres, la señora Otilia y el señor Doroteo que tenían una panadería al lado de la lechería y Manuel siempre compartía su merienda con él. 

El viento aullaba bramidos que llenaban la trinchera de nieve y que incluso le cubrían a él de trocitos de escarcha que acababan deshaciéndose y convirtiéndose en gotas de agua al contacto de su ropa.

Por enésima vez ese día, volvía a releer esa carta destinada a los padres de Manuel, la carta que el día antes de morir su amigo, les había escrito, como siempre, contándoles lo bien que comían, que aunque en este dichoso Teruel hacía mucho frio, que ellos estaban bien, tenían ropa de abrigo y leña y que tampoco era para tanto...a todo se hace uno...que tuviesen esperanza, que las potencias europeas estaban a punto de intervenir, que era cuestión de tiempo que se volviesen a ver y que acabase esta maldita guerra...mentiras piadosas, que sin duda Manuel pensaba que a su madre le ayudarían a estar mejor...

En este punto Pedro, tuvo que parar de leer y limpiarse los ojos de lágrimas, cuando después de frotarse los ojos cogió el tazón que le ofrecía Juan Matías, que mirándole a los ojos endurecía el gesto y no dijo nada.

El primer sorbo debería de haberle hecho rechazar aquel caldo oscuro, pero tenía los labios tan insensibles que solo sintió el calor cuando ya el "café" estaba en su boca, sintió como se le abrasaba la garganta, pero la sensación de calor era tan placentera que siguió bebiendo a sorbos de gorrión...tratando de disfrutar la sensación confortable que notó que le ascendía el ánimo...

Una vez ingirió como un tercio de su tazón se reclino hacia atrás apoyando la "chepa" en el talud de la trinchera quedando su cabeza como inerte...fue cuando se trasladó a la verbena de San juan de 1.936, en la que se hicieron novios, que guapa estaba con su vestido de lunares...esa noche en la que bailando con la orquesta, prometieron no olvidarse,...no saber nada de ella, desde que empezó todo esto, le atormentaba, la idea de que ella pudiera estar sintiendo frio, pasando hambre...o que hubiese quedado debajo de los escombros de algún bombardeo...le producía una sensación de rabia que ya había logrado controlar...aunque fuese como una gota de hierro fundido goteando sobre su pie descalzo.

De repente, se sorprendió mirando a las estrellas que, aunque la luna llena aplacaba su brillo se notaba el fulgor que emitían por el efecto del frio...busco su estrella, la que esa noche se prometieron y se dieron como su lugar común, el sitio donde siempre que la mirasen estarían los dos, en otro mundo...pero a su lado...

La visión de la luna llena le trajo a su memoria el dicho de Suso: " La nieve de la luna de octubre, siete lunas cubren"...sentido que no comprendió hasta que comprobó por sí mismo que fuera de Madrid y hacia el norte, nieva y nieva más de una vez al mes y que siempre coinciden temporales con la luna llena. Suso era un soriano que llevaba desde que empezó la guerra sin ir por su pueblo, que había quedado en la otra zona. Era primario y franco en sus expresiones, fiel y buen amigo, siempre compartía el tabaco o lo que fuese capaz de cazar, era un experto tirador, ya que en su pueblo salir a tirarle a un ciervo o a un corzo en las tierras del marqués, era casi una obligación.

El ya no pensaba en ganar esta guerra, solo quería que terminase y si ganaban ellos, marcharse lejos, a Estados Unidos por lo menos, lejos, muy lejos...de esta tierra sin perdón, que como les leía el maestro en la escuela, decía Antonio Machado: " ..., por donde cruza errante, la sombra de Caín". 

Ya ni siquiera tenía claro que Francia e Inglaterra fuesen a intervenir, hacía tiempo que se habían puesto de perfil para no ofender a Hitler y con suerte este les ignorase y les dejase fuera de sus planes...

Un periodista americano borracho como una cuba, hace unas noches en la taberna  lo definió en un correcto español: "Francia  e Inglaterra incluso USA, deberían de preguntarse por quién doblan las campanas..., sin duda las campanas doblan por ellos...son los siguientes..."...este tal Ernest, era por lo visto un conocido escritor en su país pero decepcionado y convencido de que el hombre es malo para el hombre, el creía en el género humano, pero que todo lo estropean las leyes y la codicia que también son muy humanas...quizás este análisis tan simple y que a la vez simplificaba todo a que no había solución, le empujaban a beber hasta caerse desplomado, a no pensar en mañana...

No obstante a Pedro, le gustaba pasar ratos con él, aunque siempre llevaba a su alrededor una cohorte de palmeros, que cantaban, reían, bebían y adulaban al son de los dólares...Pedro, tenía la certeza de que Ernest distinguía el interés sincero sin ningún tipo de motivación material, a Pedro le gustaba escuchar las cada vez más escasas reflexiones filosóficas que el "yanqui" hacia entre trago y copla...la última vez que se vieron, hace cuatro noches se despidieron tambaleándose al son de los vapores del alcohol, abrazándose y prometiéndose asistir juntos a San Fermín, cuando todo esto acabase...y hubiesen ahorcado a los generales...my friend, my brother, fue lo último que escucho de Ernest...después se separaron en direcciones contrarias....a los 10 metros Ernest se giró hacia Pedro...gritando su nombre levantando el puño izquierdo en alto y abrazando a una de las muchachas con el otro...los dos sonrieron se giraron, continuando cada uno en su dirección...

A Pedro se le planteaba un dilema, enviarles o no a los padres de Manuel, su última carta, si lo iba hacer tenía que hacerlo antes de que les llegase la noticia de su muerte, si contarles como había muerto Manuel o dejarlo estar, con el estilo epistolar que recibirían sus padres, atribuyendo a Manuel cualidades sin igual en el fiero combate...Pedro sabía que si los padres de Manuel descubrían  que había muerto congelado, la noticia seria aún más desgarradora, si cabe...

Lo más duro, era lo que relataba Manuel a su madre, hecho que sucedió hacia tres noches y que sin duda perturbó la mente de este y quizás le hizo entrar en estado inerte durante su guardia...y morirse helado. 

Relataba Manuel, que, estando de guardia, hubo una de las múltiples escaramuzas que hacían ellos y los otros, con objeto de hacer escuchas de trinchera a trinchera, fue la noche antes de la nevada, la noche estaba cerrada y no había tanta luz como hoy que se refleja la luna en la nieve y parece que han iluminado la tierra con un color que por un momento hace pensar que nadie quiere matar a nadie, que todo es mentira...que no puede ser...proseguía Manuel, de repente me percate de que había un bulto sospechoso a pocos metros de mí, pedí el santo y seña y cuando el otro se vio acosado, su reacción fue atacarle con la bayoneta calada, en ese momento, Manuel que ya lo tenía encañonado...disparo...la noche se ilumino y con ella el rostro de aquel infeliz...¿sabe madre a quien mate?...era mi amigo José, compañero de la escuela...con quien tanto yo jugué...







domingo, 15 de agosto de 2021

ENÍO LA TODOPODEROSA

Enío la creadora, y también la destructora, estaba cansada de tener que encender y apagar estrellas como si fueran luces de un árbol de Navidad. Experimentaba con su brillo, temperatura y proyecciones de partículas porque necesitaba lograr la combinación perfecta de todos aquellos elementos para poder generar vida y las apagaba sin miramientos cuando no lograba el resultado esperado.

También estaba aburrida de hacer colisionar meteoritos errantes jugando a formar planetas nuevos. No habían sido pocas las ocasiones en las que tuvo que dejar que galaxias enteras fueran engullidas por agujeros negros para tener que volver a empezar a pintar sobre el lienzo en blanco desde el principio. Estaba más que harta porque nada le salía bien, al menos nada que encajase en sus exigentes estándares de calidad. No hacía más que crear chapuzas, chapuzas y más chapuzas.

Llevaba eones encargándose de todo ella sola sin ninguna ayuda y ya empezaba a estar un poco hastiada. ¿Para que todo aquello? ¿Qué sentido tenía? 

 La cuestión que con diferencia más pereza le costaba abordar era la de crear inteligencia. Sin duda se trataba de la creación más exigente y complicada que, aunque también presumiblemente debiera de resultar la más satisfactoria, a posteriori siempre le generaba muchos problemas. Un planeta con vida inteligente le daba más quebraderos de cabeza que cualquier otra galaxia estéril, por eso había fabricado tan pocos. La vida abundaba entre sus múltiples obras pero la inteligencia era más bien escasa. ¡Ay! Si al menos hubiera podido terminar alguno de sus más prometedores proyectos…

 En Solaria, por ejemplo, todo había ido bien hasta que el enlace gravitatorio que mantenía el equilibrio entre el agujero negro que debía compensar la inmensa fuerza gravitatoria de la gigante roja que les daba vida y alimentaba de energía, se había vuelto inestable y había engullido el planeta entero.

 Los inteligentes, bondadosos y creativos Solarianos, eran seres ardientes, espectaculares por la noche cuando paseaban por las calles de sus preciosas ciudades de cristal de cuarzo. Su piel se encontraba en combustión y renovación permanente. Una creación espectacular, un reto del que se sentía orgullosa, todo en Solaria lo era, precioso, sí, pero también inestable. Todo en aquel remoto sistema solar, incluidos sus habitantes, se encontraban sentados sobre una bomba de relojería. Era un fastidio, pero invariablemente, todas sus más bellas creaciones siempre lo estaban. Las más torpes y feas sin embargo, eran resistentes a casi cualquier desastre.

 Enío tuvo que taparse los oídos para no oír los miles de millones de gritos de terror que sus llameantes bocas emitieron cuando el planeta de Granito en cuestión de segundos, comenzó a deformarse primero y a desplazarse a toda velocidad atraído por la monstruosa gravedad de aquella negrura para desaparecer para siempre. Todo aquello había ocurrido en tan solo un instante, durante un lamentable momento de despiste mientras atendía una emergencia en la Tierra. La Tierra, la dichosa Tierra, aquella a la que ya estaba empezando a amar y odiar a partes iguales. Una y otra vez requería su atención, especialmente cuando los indeseados seres humanos aparecieron espontáneamente como moho en un cuidado y exquisito queso.

 Enío había tenido que abortar varias veces la evolución de algunas otras especies en las que había puesto mucha ilusión y esfuerzo, pero que no terminaban de evolucionar como esperaba. No es que buscase la creación de un ser perfecto ni mucho menos, la experiencia le había enseñado que era mucho mejor no empeñarse en lograr la excelencia sino conformarse con alguna creación mediocre e imperfecta, quizás no muy inteligente pero que al menos fuese estable y duradera.

Los primeros proyectos fallidos habían tenido que ser abortados abruptamente haciendo explotar volcanes gigantes o estrellando en el planeta meteoritos de decenas de kilómetros de diámetro. Los dinosaurios por ejemplo, fueron un fracaso absoluto. Pensó que los reptiles eran una buena opción para forjar una raza con la que llegar a comunicarse pero pronto se percató de que le llevaría demasiado tiempo y paciencia lograr que pensaran. No quiso esperar a ver los resultados, los destruyó inmisericorde y prematuramente como buen creador.  

Conseguir que una especie empezara a utilizar objetos, hablar, pensar, etc., cimientos mínimos para construir una inteligencia decente, requería una dedicación exclusiva de al menos un par de millones de años y desatender lógicamente otras obligaciones, con el riesgo consiguiente que ya había experimentado en sus propias carnes.

Concretamente en la Tierra, mientras perfeccionaba sus logros con aquellas lagartos y observaba ensimismado como ya caminaban sobre sus patas traseras, el desarrollo evolutivo del resto de animales se le había ido de las manos. Algunos habían alcanzando tamaños absurdamente increíbles, otros habían aprendido a volar, las escamas de otros se habían transformado en pelo y sangre caliente convirtiéndose en mamíferos y vivíparos, que parían en lugar de poner huevos y otros, los más agresivos habían abandonado el pacífico sendero herbívoro y habían empezado a devorar a cualquier cosa que se cruzase en su camino. Ni las cuatro glaciaciones consecutivas, que también le habían pillado por sorpresa, habían conseguido detener a aquellos seres que habían empezado a pensar y a organizarse sin su permiso.

Observó a los humanos durante un tiempo con la esperanza de que la combinación de azar y su despiste hubieran dado lugar a la especie que ansiaba diseñar, pero no, es cierto que Enío buscaba mediocridad, pero vaya, aquello era demasiado. Aunque ciertamente vulgar y defectuoso, aquellas cosas estaban a años luz de su objetivo. Había establecido contacto y había llegado hasta a comunicarse con ellos desde casi desde los albores de su existencia. Se había revelado a ellos de las formas más variopintas, con demostraciones de todo tipo tratando de redirigirles hacia prácticas más sensatas y alejarles de la anarquía devastadora y autodestructiva a la que parecían encaminarse pero a través de ellas descubrió que aquella raza parasita e indeseada no era más que un cúmulo de egocentrismo e individualismo que no tenía la más mínima intención de virar el timón. Pasado un tiempo la comunicación se interrumpió. Tendría que acabar pronto con aquella plaga que ya había empezado a devastar su propio planeta con voracidad.

Mientras trataba de localizar un asteroide de las dimensiones suficientes, Enío se dio cuenta de que los terrícolas habían empezando a abandonar su atmosfera y gravedad y comenzado a colonizar otros planetas cercanos de su sistema solar. ¿Sería posible?. Tomó una decisión, haría crecer el sol para que los engullera, sí, eso sería lo más rápido. Prefería no tener que destruir la Tierra pero quizás fuera lo más sensato dadas las circunstancias, tenía que asegurarse de que no quedaba títere con cabeza.

Enío empezó a ponerse nerviosa. ¿Cómo se convertía una enana amarilla en una gigante roja? Tendría que repasar el manual... pero espera,... un momento, juraría que no había creado vida en Alfa Centauri y sin embargo le llegaban señales de aquel sistema solar. La plaga se estaba esparciendo por el universo, habían saltado primero de planeta en planeta agotándolos como vetas de oro y ahora saltaban de estrella en estrella como saltamontes hambrientos. Maldita sea, el tiempo pasaba volando, había que actuar ya.

Trató de comunicarse con los humanos de nuevo, hacía milenios que no lo hacía. Nada, silencio. No había nadie al otro lado del auricular. Enío frunció el ceño, tenía que acabar inmediatamente con aquella farsa. Se apróximó a la Tierra a toda velocidad decidida a activar el supervolcán que se encontraba bajo Yosemite, la destrucción no sería total pero al menos frenaría aquella locura por un tiempo hasta que pudiera tomar medidas más drásticas. Conforme se aproximaba a ella, un mal presentimiento comenzó a apoderarse de ella, algo no marchaba bien. La Tierra estaba desierta, agostada, marchita, yerma como un paisaje lunar. Ensimismada como estaba con aquella visión tan inesperada como dantesca, Enío no se apercibió de que algo se aproximaba por su espalda con sombrío sigilo. Se giró bruscamente para darse de bruces con algo que no esperaba.

 - Hola Enío.-

- Demonios.-

- Si, digamos que podrías llamarme así.-

Frente a Enío se encontraba otra creadora, sabía que no era la única, había más universos más allá de los confines del suyo propio, detrás de la esfera de rayos infrarojos del Big Bang, claro, lo sabía todo el mundo, pero no era normal que coexistiesen dos creadores en el mismo Espacio, era incongruente y paradójico, simplemente no podía ser, pero allí estaba.

- Pero ¿Cómo?, es imposible.-

- Debería de serlo Enío, y técnicamente lo es, en breve pondremos solución a eso, pero ya ves que no lo ha sido para los humanos, querida. Ahora ya son capaces de todo. Dejados de la mano de Dios como han estado, y nunca mejor dicho jeje, decidieron hace tiempo crear a su propio creador, y ... no sin poco esfuerzo todo hay que decirlo, aquí está el resultado. Yo.-

 La creación humana sonrió con cruel mezquindad.

- ¡Inconcebible! Seres incompletos, mezquinos y anormales como son, no pueden ser capaces de...-

 - Si, claro, lo que tu digas.-

Enío fue apagada como una vela sumergida en agua. En tan solo un instante su voz formaba ya solo un efímero recuerdo del pasado. La nueva creadora, paradigma del narcisismo humano, se puso sin dilación manos a la obra. Hizo crecer el Sol sin apenas esfuerzo hasta hacer volatilizar aquella pequeña negra roca contaminada en la que se había convertido la Tierra, antaño majestuosa, azul y brillante perla. Era momento de cerrar capitulo, hacer olvidar a sus creadores su indeseado e ilegitimo origen y poner miras en nuevos y más ambiciosos horizontes. Pronto, aquel pequeño Universo en el que habían nacido sin ser invitados y que ya habían empezado a colonizar y piratear sin miramientos, se les quedaría pequeño y sin tiempo que perder tendrían que abordar Cosmos vecinos y por supuesto, exterminar a sus respectivos creadores.




domingo, 27 de junio de 2021

Dere y Sini

Sini y Dere no se llevaban bien. Desde que Sini habia aparecido en la vida de Dere, sustituyendo a su hermana Isk, todo había cambiado. La culpa fue de aquel maldito e inesperado accidente. Tras el mismo, el tiempo pareció quedarse en suspenso, flotando en el espacio como una pelusa, o como si el sol agotado de tanta incandescencia, hubiese decidido realizar un retiro sabático a una profunda cueva, poniendo el cartel de cerrado por descanso por un tiempo indefinido.

Santiago no había sido capaz de reaccionar ante la pérdida de Isk. Se maldecía a sí mismo y a aquella fatídica fecha, todos los días y sus correspondientes noches. En aquellos momentos miraba con rabia el espacio que había ocupado Isk, aparentaba preocuparse mucho más por sufrir por lo perdido, que por disfrutar de aquello que estaba a su alcance, y no tenía ojos para Dere, que se mantenía callada y a la espera. 

Ella le disculpaba y le entendía... era humano, y ella también echaba de menos a Isk.

La furia que anegaba esos instantes y que hacía que Santiago intentara golpear cualquier objeto con su brazo izquierdo, como si con esos ataques de violencia fuese posible revivir a Isk, y pudiera sacársela de la manga, fue transformándose en una profunda tristeza y en una peligrosa depresión. Y fue a Ana, su mujer, desesperada por hacer revivir a su marido, a quien no se le ocurrió nada mejor para que Santiago superara aquella situación, que insistir en traer a casa a la nueva. 

Al principio no tenía nombre,... pero finalmente Santiago le puso uno. Necesitaba hablar con ellas cuando ensayaba, "Vamos Dere, ayúdame, no me hagas esto, no me falles aquí..." así que decidió llamarla Sini, que provenía de "Siniestra", algo que Dere consideraba una funesta premonición.

Dere entendía que las tareas compartidas que debían llevar a cabo entre ambas, eran vitales para Santiago. Era plenamente consciente de que sin ellas, él no podía mantenerse, ni salir de gira ni dar de comer a su familia. Ambas eran imprescindibles para su supervivencia, pero extrañaba a Isk y no soportaba a aquella intrusa con aires de modernidad y que se creía siempre perfecta. Porque sí, tenía que reconocer que Sini tenía una precisión increíble, pero era bastante inexperta, le faltaba tacto, era insensible, y a veces tenía reacciones imprevistas. Pero lo que peor llevaba era que no tenía corazón, y eso hacía de sus tareas algo mecánico y sin vida. A pesar de estas carencias, parecía arreglárselas para darle a Santiago lo que necesitaba.

En un intento por ser tan buena como para llamar su atención, Dere no dejaba de trabajar incluso por las noches... Mientras Santiago dormía, seguía moviéndose para mantenerse ágil, pensando en que Santiago la necesitaba, y que en algún momento reconocería su valor y le demostraría el aprecio que ella precisaba. Soñaba con ese momento de gloria, en el que Santiago dejaría de prestar plena atención a Sini, miraría a Dere y reconocería que no podía vivir sin ella. Desde que Sini había llegado a sus vidas, Santiago no hacía otra cosa que estar pendiente de ella, a pesar de su rechazo inicial a que se integrase en la familia y de que Dere intuía una extraña relación de amor y odio entre ellos, que no acababa de comprender.

Y aunque Dere seguía durmiendo en la misma cama, con el matrimonio, y Sini lo hacía en un cajón, en el suelo, ella sabía que aquello no era por falta de cariño a Sini ni mucho menos, sino por protegerla y cuidarla. No querían aplastarla sin querer, era demasiado valiosa...

Lo que Dere no sabía, era que si Santiago no la miraba, no era porque la ignorase, sino porque así la sentía más y además le daba miedo mirarla. Era absolutamente consciente de hasta qué punto dependía de ella. Temía tanto perderla, como ocurrió con Isk, que creía que ignorándola con la vista, evitaba invocar a la muerte. Tenía tan poca confianza en la vida tras su accidente, que no quería dar pistas sobre lo que realmente le importaba, para que no se lo arrebataran. Pensaba que si le prestaba atención, podía convocar algún tipo de maldición sobre ella. En el pasado, se vanagloriaba ante sus colegas de profesión de las capacidades de Isk, e interpretó su pérdida como una especie de castigo divino por presumir de ella ante los demás, así que ahora no quería llamar la atención sobre Dere.

Santiago ponía todo su corazón, su capacidad de expresarse y de transmitir en Dere, algo que no podía confiar a Sini por muy perfecta que fuese. Si antes su alma se repartía entre Dere e Isk, ahora todo tenía que volcarlo en Dere, no podía entregarle nada a Sini. 

Santiago era pianista, y ahora solo disponía de su mano derecha para poder intepretar. Cuando perdió su mano izquierda se sintió morir, era el segundo mejor pianista del momento y confiaba en alcanzar en breve el preciado primer puesto pasando a la historia como el mejor pianista del siglo. Tenía una larga carrera por delante, pero todo cambió el día del atropello. 

- Santi, ¿cómo vas con la nueva mano?

- Ana, estoy acabado, jamás volveré a alcanzar el nivel que tenía... Dere es magnífica, va sola, pero no puedo interpretar lo que quiero con Sini... no conoce los intervalos ni las cadencias, necesito reaprenderlo todo con ella... me paso el día repitiendo movimientos y adaptándome a ella, podría practicar años, pero jamás alcanzará la categoría ni el virtuosismo de Dere...

- Bueno, hoy hablé con el doctor Villalta y me ha dicho que ya hay una nueva versión de Sini que al parecer tiene tacto, quizá con esa...

Cuando Dere escuchó esta conversación, no pudo evitar emocionarse al comprender al fin lo que ella interpretaba como un rechazo. En el siguiente ensayo le demostraría a Santiago que podía seguir confiando en ella, pero no dejó de preocuparse ante la llegada de Sini.2...

jueves, 24 de junio de 2021

Ace

 

A lo mejor no era invencible. Que es verdad que se podía haber dado cuenta antes, porque pistas ya había tenido unas cuantas, pero también es verdad que uno no se entera de las cosas hasta que está preparado para aceptarlas. Además, probablemente, ni siquiera era una conclusión del todo justa, porque cuando uno juega con un hijo, siempre hay cierta tendencia a reprimir el ansia de ganar, a no darlo todo, a ay mecachis, si pensé que llegaba y no he llegado y sonrisita de complacencia de buen padre... Es cierto, también, que no había fallado a propósito como otras veces, porque en cuanto intuyó que algo no iba bien, que el niño metía una pelota a la que antes nunca llegaba, o que subía a la red y voleaba afilado y preciso como un escalpelo, las alarmas del ego se encendieron y empezó a pegarle más fuerte, a ser más agresivo. El pelotazo en el ojo había sido, claramente, mala suerte, que nadie mandaba al niño ponerse tan cerca de la red cuando tenía un mate franco, y en cualquier caso estaba claro, a la vista de los resultados, que el pelotazo no había mermado el rendimiento del muchacho.

Quizás, lo más curioso de todo, era que la noche anterior había soñado con que ganaba Roland Garros. Era un sueño que tenía desde niño, desde que entrenaba en Graveras Sánchez, a las afueras de la ciudad. Llegar, parar, golpear, llegar, parar, golpear, decía Cabrillo, y todos los niños repetían, obedientes y con mayor o menor suerte, la coreografía. Soñar con ganar  Roland Garros con 10 años es bonito, con 15 años es tierno, pero soñarlo con 40 años es otra cosa, no es necesariamente algo triste, pero sí es desde luego algo que se asemeja a haber perdido, o a estar a punto de perder, algo.

El último punto fue un ace, un saque directo. De su hijo. De su hijo de once años. Ya mientras le veía lanzar la pelota al aire, empezó a sentir temblores por todo el cuerpo, una desagradable tiritona que hacía resbalar rítmicamente las gotas de sudor, los músculos entumecidos, el brazo paralizado, incapaz de sujetar la raqueta, extenderla e intentar alcanzar la bola.

Su hijo comenzó a gritar de alegría. Quizás, pensó en un momento de lucidez, me alegre al verle la cara de felicidad por haberme ganado al fin, quizás su alegría compense mi…Qué cojones va a compensar, pensó mientras se dirigía a la red, mírale qué sonrisa de imbécil. Estás bien, papá, le preguntó mientras le abrazaba por encima de la red. Sí sí, mintió él. Mientras guardaba la raqueta, pensó que daría cualquier cosa porque ese mal cuerpo fuera COVID19, y así pudiera evitar tener que ver a nadie en diez días.

lunes, 5 de abril de 2021

HAKAI

Hakai había emergido del centro de la Tierra hacía ya tanto tiempo que nadie lo recordaba... espera, no, ... ¿no había venido en realidad a nuestro planeta encaramado a uno de esos meteoritos que impactaban de tanto en tanto?, algunos aseguraban que, por el contrario, aquel engendro había planeado sobre el océano Pacífico después de surfear durante años luz sobre la cola de un cometa que se había aproximado demasiado a nuestra órbita. Su origen era descaradamente incierto, pero su destructora actividad sobre la superficie era tan palpable como el reguero de escombros y cadáveres que sembraba.

Hakai era un enorme monstruo de más de trescientos metros de altura, más grande que el Empire State, que caminaba sobre sus dos patas traseras capaces de aplastar edificios de diez plantas como si fueran flores tiernas. Su ruta era siempre errática, impredecible, no seguía ningún patrón definido de manera que era imposible predecir cual iba a ser su senda apocalíptica.

Los humanos se habían habituado a convivir y a padecer a esta caprichosa y devastadora criatura y reparaban incansablemente, como afanosas hormiguitas, todos los destrozos que provocaba a su paso por ciudades, carreteras, puentes y presas. Podían pasar decenas de años desde que Hakai destrozara una determinada región hasta que por casualidad volviera ésta a cruzarse en su camino, por lo que en general merecía la pena reconstruirlo todo de nuevo. La frecuencia de destrucción era terrible, sí, pero no muy distinta a la de los catástrofes naturales a las que están sometidos y acostumbrados aquellos que habitan en zonas de paso de tornados, en laderas de volcanes, o próximos a activas zonas de confluencia tectónica, etc. La única diferencia, nada desdeñable, es que el ser sometidos a la devastación arbitraria provocada por un alienígena de colosales dimensiones era más difícil de asimilar por los terrícolas que las espontaneas demostraciones de fuerza naturales de su planeta.

Durante toda su existencia, se trató de poner freno a aquel gigantesco bípedo errante con todo tipo de armas, medidas y artimañas que resultaron tan inútiles como tratar de intentar apagar el Sol con un vaso de agua. Las más potentes armas nucleares disponibles no producían la menor huella en su dura y gruesa coraza escamosa. Ninguna zanja, tan grande como el cañón del colorado, de aquellas en las que trataron introducirlo, era lo suficientemente profunda como para retenerlo. Era un ser incontenible, indestructible e imperturbable que parecía haber estado siempre allí y que todo apuntaba a que siempre permanecería.

Madrid había sido casi reducida a pilas de hormigón destrozado, cristal triturado, coches aplastados y jirones de acero cuando Hakai, aburrido de devorar transeúntes y de demoler casas durante días, se dirigió hacia el oeste arrastrando los pies con cansino caminar dirección a la puesta de sol. Hacía setenta años que no pasaba por allí, solo algunos ancianos recordaban vívidamente aquel episodio de cuando eran muchachos como veteranos de una guerra surrealista que, en otras circunstancias, las generaciones posteriores apenas creerían sino fuera porque en las noticias se seguía diaria e impertérritamente, las andanzas aquel cataclismo ambulante.

Sonaron las sirenas y los silbatos e inmediatamente comenzaron a aparecer las ambulancias, los bomberos y los autobuses cargados con pelotones de obreros, pala y pico en mano, que precedían a las máquinas excavadoras y volquetes gigantes de mina que habían estado aguardando pacientemente en la periferia de la ciudad a que aquel fugaz holocausto terminara. No había tiempo que perder, había que reconstruir la ciudad cuanto antes.



miércoles, 20 de enero de 2021

Homo destructor

 Hasta un determinado momento, prevaleció la teoría de la evolución. Los hombres se fueron adaptando a lo largo de los siglos a las condiciones que la naturaleza les iba ofreciendo, aprendiendo a cazar, a cultivar, a protegerse de las bestias, a construir poblados, a protegerse unos a otros, arañando, décima a décima, un poquito de esperanza de vida, perpetuándose, teniendo hijos e hijas cada vez más sanos, más fuertes, más resistentes, más altos...

El homo sapiens llegó a acostumbrarse a vivir 100 años con naturalidad, sin aspavientos, como si fuese lo que tenía que pasar, como si fuese la evolución normal...Pero, con todo lo listo que llegó a ser el homo sapiens, ninguno de ellos supo explicar lo que empezó a pasar a partir del 2.047. Al principio, nadie se dio cuenta. No fue un gran cambio drástico, pero con el paso de los años, al repasar las estadísticas (cuando aún había estadísticas), se observa claramente cómo a partir de ese año comienza un suave pero constante declive de la esperanza de vida, sin grandes epidemias ni guerras. No fue hasta el año 2.073 cuando el doctor Franz Pfisch acuñó el término de homo destructor. La teoría, simple pero revolucionaria en su momento, consistía, básicamente, en que el ser humano se había olvidado de cómo vivir, y que todas las decisiones que se tomaban de forma innata y conducían a la supervivencia, de repente eran decisiones erróneas que acababan en muertes prematuras. Se desaprendió a vivir en sociedad, y los nuevos comportamientos y modos de vida provocaron un flujo migratorio inverso, de las ciudades al campo, porque la gente era cada vez menos capaz de vivir en sociedad. 

En 2.120, ya no quedaba ninguna ciudad de más de 10.000 habitantes en la Tierra, y el ambiente en las que quedaban era irrespirable. Ya nadie hablaba de homo destructor, porque no había ni doctores ni universidades ni libros, el saber ya no importaba a nadie porque la cuestión ya no era evolucionar y sobrevivir, para la senda de aniquilación por la que se despeñaba la humanidad, lo que mejor encajaba era la estupidez y la mezquindad. El mundo seguí girando 5 ºC más caliente que en 2020, pero no era eso lo que estaba acabando con la humanidad, sino su propia desidia. 

Desaparecido ya cualquier instinto de supervivencia, se llegó al fin al momento en qe ya solo quedaron un hombre y una mujer, dos personas como dos bandos enfrentados a muerte. El anti-Adán y la anti-Eva, el último hombre y la última mujer, abocados a destruirse, a que solo quedara uno, lo cual acabaría implicando, irremediablemente, que al final no quedara ninguno.

Después de muchos años buscándose por un mundo desierto, finalmente una mañana soleada y fría de marzo, se vislumbraron el uno al otro, a lo lejos, en una playa de la costa atlántica del país que muchos años antes se había llamado Portugal. Comenzaron entonces una carrera frenética en dirección el uno al otro, gritando desbocados, histéricos, dispuestos a chocar de forma terrible el uno con el otro, cabeza contra cabeza, para acabar de una vez por todas con el homo destructor.

domingo, 17 de enero de 2021

El dragón helado

Todo es blanco...Hago mi ruta habitual de paseo, y me encuentro con un paisaje desconocido. Los límites de los caminos han desaparecido, y tan solo hay una nívea capa que lo unifica todo, como para indicar el final... como en las películas antiguas, pero esta vez, en lugar de "fundido en negro", es "fundido en blanco". Iguala aceras, carreteras, caminos y senderos, y lo que antes era un parque, se ha convertido en una extensión infinita sin principio ni fin...¿Será el final de esta dichosa pandemia? 

En realidad, a mí me da igual, no me importa si esto es la terminación de algo, o el comienzo de otra historia. He decidido vivir en presente, y por eso aprovechando un paseo con unos amigos por la zona que solemos frecuentar, ahora tan irreconocible y extraña, he decidido echarme unos camaradas al hombro, por si acaso cumplo un sueño... Me acompañan desde hace 20 años, son ya mayores, pero son cómodos, y hasta ahora no me han fallado. Una debe soñar, sí, pero como buena capricornio, sé que como dice el refrán, "A Dios rezando, y con el mazo dando", así que una debe poner un poquito de su parte, para poder aprovechar las circunstancias cuando se presentan.

Casi puedo identificarme con los exploradores polares, con esos valientes que se lanzan a andar por un paisaje desolado, donde parece no existir la vida, arrastrando un trineo con víveres y los utensilios más esenciales para la supervivencia... pero no es igual, yo sé que esta noche dormiré en mi cama calentita... y no tendré que enfrentarme con la áspera visita de una dubitativa noche sobre ese horizonte infinito y vacío, unida a un crepúsculo eterno. Pero aún así, un pinchazo de emoción se me agarra al estómago... estoy excitada. ¡Presiento que hoy puede suceder algo grande!

Llegamos al lago. Está helado tal como me imaginaba... Lo que no habría sospechado era que me impresionaría tanto... Los patos y las ocas han desaparecido de su superficie, están todos fuera agrupados en los pocos espacios en los que la capa de nieve se ha ido fundiendo, buscando algo que llevare al pico. Así que toda la vida que suele bullir en su interior se ha volatilizado, y el lago fundiéndose con el resto del paisaje, parece una tumba... Espero que no la mía, aunque no me importaría reposar en un lugar con esta paz. Supongo que a los exploradores se les pasará también algo así por la cabeza. Se juegan la vida cuando se lanzan a ese blanco... Son conscientes de que pueden perderla, y de que van a sufrir físicamente, pero aún así, ahí van. Yo no poseo la fortaleza física necesaria para algo así, pero puedo imaginarme el viaje, y si estuviera en su piel, creo que preferiría morir allí, en esa tumba gélida, siguiendo una visión o luchando por ver cumplido un sueño, que en cualquier otra parte.

Distingo distintos tonos en los témpanos teñidos de blanco, supongo que por el diferente grosor de las capas congeladas. En los bordes hay manchas oscuras, que parecen extenderse hacia el interior, siguiendo extrañas sendas como las congeladas venas de ese gigantesco monstruo en el que se ha convertido el lago. Pero llega un punto en el que desaparecen, y solo queda el hielo blanco y opaco, que esconde lo que hay en el fondo. Como si ni siquiera la sustancia que da vida a ese magnífico y efímero espécimen, pudiese llegar a su corazón. Tal es el aliento del lago helado. ¿Me permitirá ese indómito ser que lo monte?

Me siento sobre una bolsa de plástico que llevaba preparada, y me calzo mis patines. Y mientras voy apretando los cordones, mis amigos, cuando se percatan de lo que estoy haciendo, comienzan a decirme que estoy loca, que no sabemos cual es el grosor de la capa de hielo, que no sabemos si soportará mi peso, que si he traído una muda para cambiarme... que ni se me ocurra meterme dentro, que si el hielo cede, ¿como van a sacarme...? "¡Loca! ¡Quítate ahora mismo los patines!!!"

Pero este es mi sueño. He patinado durante muchos años, y más de una vez me he dicho que debe ser fantástico hacerlo sobre un lago helado, en plena naturaleza, y jamás había tenido la ocasión... Nunca he podido viajar, y en mi latitud esto es impensable, ¿cómo no voy a aprovechar esta oportunidad?

"Soy menuda, no peso mucho, seguro que aguanta..." me digo más por tranquilizarme a mi misma, que para acallar a mis amigos.

Y me lanzo... me pongo mis cascos, para no oír las protestas de los que se quedan atrás, en la orilla, y comienzo a patinar por el lago. Al principio solo siguiendo el borde, por si no aguanta y acabo zambullida en esas aguas glaciales e indiferentes... Pero voy observando con cautela, y creo que la capa es mas gorda cuanto más te adentras por su superficie, así que aún con los nervios en el estómago, y guiada por una excitación que no puedo contener, porque creo que aguantará mi peso, pero realmente no sé si lo hará, comienzo a patinar despacio, con parsimonia, con delicadeza, casi acariciando el lago con mis pies, como si fuera un enorme dragón dormido al que hay que calmar para que no despierte y te engulla... le acaricio, y le canto bajito la melodía que oigo en los cascos, casi en un susurro, como si lo que escucho fuera una nana, para transmitirle la paz que me da esta música, y que así siga soñando con los cielos que surca, mientras paso mis pies por su piel. Y me dejo llevar por la música que escucho, ahora piezas de piano de Ludovico Einaudi. Y comienzo a deslizarme siguiendo el ritmo de la música, una cadencia lenta y continua. Me imagino como voy recorriendo su lomo, y como vuelvo hasta su cabeza explorando su espina dorsal, rozándole apenas, casi de puntillas,... y vuelta, siguiendo el ritmo de la música, haciendo giros muy amplios, para que no sean bruscos, para abarcar toda la piel de ese magnífico ser... 

Siento el viento en mi cara, y respiro hondo siguiendo el compás de la música, el ritmo de mis pies, la cadencia del movimiento de mi cuerpo, y poco a poco entro en un mundo diferente... se abre una puerta desconocida, y mis pies siguen rozando esa piel resbaladiza y esquiva, esa seda pulida y delicada, con dulzura. Y de pronto me doy cuenta de que han desaparecido los nervios y la excitación, y algo diferente comienza a inundarme, lo que siento es otra cosa... me estoy fundiendo con el lago, con ese organismo que desde fuera parece muerto, pero que siento muy vivo, reposando y latiendo bajo mis pies. He dejado de cantar, la música no es algo que sale de mis labios, porque ¡qué gran sorpresa, me he convertido también en la música...!

Sigo sintiendo el movimiento, y yo ya no soy yo... soy el lago, soy la música, soy el dragón dormido, me desbordo por los contornos del lago y abarco toda esa blancura, sin saber donde están los límites, me fundo en ese líquido congelado e inmutable hasta sus mayores profundidades, palpito con sus latidos, que también son los de la música, y me elevo con el viento girando en una interminable térmica... Soy todo el paisaje, y la naturaleza entera...

 

 


sábado, 16 de enero de 2021

ALTER-EGO (Reto Bradbury 2)

Al principio fue divertido, aunque la cosa cambió de forma drástica al poco tiempo. Cuando supimos de la existencia de un universo paralelo, todos rápidamente nos dirigimos al centro de información que el gobierno había habilitado al efecto para saber como debíamos de proceder. Las instrucciones eran muy claras, había que actuar con naturalidad y amigablemente. Los recién llegados tenían que ser bienvenidos ya que al fin y al cabo, se trataba de nosotros mismos ¿no?.

Los encuentros con los "Alters", como se les empezó a llamar, fueron inicialmente casuales. La población se encontraba consigo mismo por doquier protagonizando situaciones de lo más variopintas. Por algún motivo la frontera entre ambos mundos se había roto en algún punto y los Alters comenzaron a inundar nuestro universo de forma lenta pero constante e inexorable.

Algunos disfrutaron de la experiencia de encontrar a un inesperado hermano gemelo, pero otros los trataron con recelo por miedo a que pudieran suplantarles en su vida diaria, algo que desgraciadamente empezó a suceder de manera generalizada a los pocos meses. Alters que eran pobres y llevaban vidas miserables en su mundo ocuparon las ostentosas casas y exitosas vidas de sus ricos clones. 

La tragedia estaba servida, pronto Alters y no Alters empezaron a aparecer asesinados por doquier, y lo peor es que era imposible distinguir a unos de otros. Los cuerpos se enterraban o incineraban sin saber si el puesto de trabajo del no Alter iba a ser ocupado por su copia. Nadie se fiaba de nadie, la propia policía podría estar siendo suplantada por los invasores, ¿Era el presidente del gobierno realmente el presidente o podría tratarse también de un Alter? Sus mensajes a la nación, que trataban de infundir tranquilidad y no actuar con violencia, podían no ser más que una estratagema para allanar el camino de los suplantadores.  

Era la guerra, pero no una guerra con bandos claramente diferenciados y uniformados que lucharan a tiros por una causa común, era una horrible guerra fría, más que fría  casi congelada, que se libraba por las calles entre individuos idénticos que entre gritos, puñaladas, puñetazos y arañazos trataban como animales salvajes de defender lo que tanto les había costado conseguir durante todas sus vidas, sus pertenencias y trabajos, si, pero también sus parejas, hijos, amigos, etc.. 

En el universo paralelo debía estar ocurriendo lo mismo, nuestros habitantes menos favorecidos seguramente habían atravesado el portal y trataban de igual manera de encontrar un mundo mejor exterminando a sus acaudalados Alters.

Pasaron los meses y finalmente las reyertas callejeras comenzaron a ser cada vez más esporádicas. La paz volvió a reinar en el país, y en el mundo en general. Todo volvió lentamente a su curso, o al menos eso es lo que parecía... porque....¿Qué le podía deparar a un universo en el que nadie era realmente quien debía ser?.

En fin, ahora todo aquello había pasado y no había más remedio que tratar de volver a la normalidad lo antes posible. Respiré profundamente, abrí los ojos y miré fijamente a los ojos que asomaban sobre la mascarilla del dentista que se inclinaba sobre la silla reclinable en la que me encontraba. 

-No se preocupe señor, esto no le va a doler nada de nada...- 




domingo, 3 de enero de 2021

EL EXPLORADOR POLAR- (Reto Bradbury 1)

Allí, delante mía, a escasos metros se erguía la figura alta y esbelta del explorador polar.

No podía apartar la vista de él, lo admiraba profundamente. Pensar que aquel hombre de mirada noble y directa, sencillo y casi tímido, había estado en aquellos lugares tan increíbles sobre los que tanto había leído, resultaba extraño. Era como ver materializado a tu personaje favorito de novela de ficción. Me resultaba difícil asumir que mis héroes pudieran ser de carne y hueso y no actores que acudieran a contarnos sus experiencias de rodaje, sino seres humanos tan reales como yo, que habían puesto el pie en los lugares más recónditos de la Tierra con tanto esfuerzo y sufrimiento.

El explorador proyectó las impresionantes imágenes captadas durante sus aventuras con fluidez, entremezclando divertidas anécdotas en su discurso, provocando sonrisas e incluso carcajadas hasta cuando narraba los momentos más crudos y dramáticos de sus expediciones. 

El tiempo volaba para los demás, pero para mí se había detenido hacía ya un buen rato.

No estaba ya confortablemente sentado junto al amigo que me había invitado a acudir a la conferencia, me encontraba sin embargo inmerso en un frio tan extremo que mordía las escasas superficies  de mi cara expuestas al aire helado. Estaba solo, a miles de kilómetros de aquella sala, de pie, sacudido por el feroz viento de aquellos parajes desolados y llenos de peligros que aquel hombre, tan increíble y real al mismo tiempo, nos describía de forma tan vívida, como un juglar lo hiciera en la edad media, o quizás más bien como un hechicero, que con su voz y con aquellos paisajes había conseguido hipnotizarme y obrar el milagro.

Sentí miedo cuando durante una expedición invernal al Polo Norte, envueltos en el negro manto de la noche perpetua boreal, ahuyenté al oso polar que trató de entrar en mi tienda de campaña, sentí como la tela del traje estanco se pegaba a mi piel cuando me sumergía en el agua helada del océano polar para cruzar los canales que se abrían entre los témpanos y me sentí aislado, tan solo como si fuera un astronauta en órbita o sobre la superficie de la luna, cuando esquiaba arrastrando mi trineo por la meseta Antártica hacia una lejana cordillera a la que nunca lograba acercarme por mucho que caminara. No se trataba de días, sino de semanas de soledad absoluta, a miles de kilómetros de la civilización.

Comprendí, que yo jamás tendría aquellas experiencias. Parpadeé al pensarlo. El hechizo se empezó a desvanecer. Como una revelación, me vino a la mente el pensamiento, de que ningún ser humano podía  en realidad acumular las mismas experiencias que las de ningún otro semejante, por muy parecidas que las vidas de estos fueran. No sé porque traté de establecer aquella comparación entre el explorador y yo,  supongo que es algo que de forma natural e inevitable todos hacemos con nuestros ídolos.

Giré la cabeza a mi izquierda y allí estaba mi amigo. Ya no me encontraba sobre la plataforma helada de kilómetros de espesor, sino de vuelta en aquel salón de actos escuchando de manera todavía lejana como algunos asistentes formulaban al explorador ciertas preguntas absurdas sobre la existencia o no de la tierra hueca, o de como hacer las necesidades a temperaturas de cincuenta grados bajo cero. Cuestiones que no hacían justicia al relato que nos acaba de contar y me avergonzaron, pero en realidad, ¿Qué pregunta podía estar a la altura de aquello?, quizás ninguna.

Mi cerebro volvió a ausentarse por un rato de aquella esperpéntica realidad y volvió a sumergirse en la reflexión que me había traído de vuelta. Empecé a darme cuenta de que cada lugar, situación, logro, fracaso y cada sentimiento provocado por cualquiera de esas  aventuras, fueran éstas extremas o no, generan una huella indeleble en nuestra memoria tan diferente como los seres humanos lo somos los unos de los otros. 

Admiraba a aquel individuo, gracias a él, a su proximidad y pasión, pude vivir, aunque fuera en la distancia, una ínfima parte de lo que nos había mostrado. Interiormente le di las gracias por ello y por algo más, porque con cada imagen que veía y palabra que escuchaba, las oxidadas cadenas que mantenían hundidos los recuerdos de mis viajes pasados se fueron rompiendo liberándolos uno a uno, y estos, con parsimonia, iniciaron su lento ascenso por los recovecos de mi memoria para acabar flotando en su superficie  reviviéndolos en mi conciencia como si hubieran ocurrido ayer.

Cuando me levanté para salir de aquel lugar, el explorador continuaba charlando de manera desenfadada con los curiosos que se habían acercado al estrado para hablar con él. Seguía sin poder dejar de observarle, temía que fuera la última vez que fuera a verlo, como a un familiar o amigo muy querido al que sabes que vas a tardar tiempo en volver a ver. Sabía que cuando le diera la espalda para salir, el encantamiento se rompería del todo. Pero reuní las fuerzas necesarias y lo hice, resistiendo la tentación de sumarme a aquellos que le rodeaban para exprimir el espejismo un poco más. Abrí la puerta de la sala que daba al iluminado patio por el que habíamos entrado un par de horas antes y nos dirigimos decididos hacia la salida. 

El Sol y el aire fresco terminó de hacerme volver a la realidad. Extrañamente, no sentí el vacío que esperaba, sino todo lo contrario. Tras unos segundos de silencio, necesarios para reponernos como después de una conmoción, de los viajes que acabábamos de hacer, mi compañero y yo iniciamos una animada conversación que, al igual que ocurre cuando acabas de ver una película en el cine, abandonó rápidamente el consabido repaso de todo lo que acabábamos de presenciar, incluyendo los bien merecidos elogios al explorador, para a iniciar un minucioso recopilatorio de todas nuestras propias y mutuas anécdotas de andanzas pasadas y que a su vez finalmente derivaron en nuevas y numerosas ideas para programar fascinantes proyectos futuros.