miércoles, 26 de junio de 2019

Los planos



-       - Por última vez, teniente, dame esos planos.
-       - Te repito que no sé de qué me estás hablando.
  
      El general Hummels se frotó el mentón con mal disimulada rabia. Las manos le temblaban y estaba haciendo esfuerzos por no sacar su pistola reglamentaria. Conocía al viejo Ahrend desde la Gran Guerra: habían compartido trincheras primero en Ypres y luego en la batalla del Somme. Sistemáticamente, el joven Hummels había sacado las castañas del fuego a Ahrend, que le llevaba más de 10 años, pero que nunca había sido especialmente avispado: todo el mundo sabía que si Ahrend había logrado salir vivo de aquello había sido gracias al liderazgo y la valentía de Hummels. Compartieron el penoso viaje de vuelta hasta Colonia, derrotados, sabiendo que el armisticio que se iba a firmar acabaría con el imperio por el que tanto habían luchado. La larga travesía entre 1916 y el auge del Führer fue especialmente penosa para Hummels, porque él se sentía llamado a grandes logros, y aquella Alemania hundida y humillada estaba para pocas hazañas. Pero el III Reich le hizo albergar esperanzas, y la fe que puso en su Führer poco a poco le fue dando réditos: organizó el concienzudo trabajo de las SS en Colonia, donde reclutó como fiel ayudante a Ahrend, y cuando recibió la orden de entrar con las primeras tropas en Polonia, no dudó ni un solo segundo. Todo había ido bien al principio, los dos primeros años los combates se contaban por victorias, pero poco a poco la inercia comenzó a cambiar, y después de lo de Stalingrado nada volvió a ser lo mismo. Y ahora estaban en una ciudad de mierda del norte de Francia, apunto de emprender la huida de nuevo, pero ahora que el camino del norte había quedado cerrado por los bombarderos ingleses, necesitaban reabrir la ruta este, y para eso necesitaban conocer, con bastante grado de detalle, dónde cojones estaban todas y cada una de las minas que habían colocado para proteger su huida. Si le había confiado esos planos a Ahrend era porque, aunque no fuera muy listo, no tenía ni un gramo de duda sobre su fidelidad, lo cual era vital en un momento en que los jóvenes oficiales estaban empezando a desertar como ratas. Pero el viejo Ahrend no, él nunca haría algo así, él defendería con su vida esos planos. O eso creía Hummels, porque el caso es que tenía a su ya de por sí maltrecha división de acorazados dispuesta para salir, y no tenía ni la más remota idea de cómo evitar lanzarles a una muerte segura. Los oficiales que quedaban presenciaban la escena impacientes, y más de uno no había conseguido imitar el gesto paciente de su superior y ya había desenfundado, con la pistola de momento apuntando al suelo, pero esperando ansiosos la orden de Hummels. Las tropas británicas y norteamericanas se oían ya cercanas, y con ellas venían franceses que tenían muchas cosas pendientes con ellos. Lo último que querían era estar allí cuando llegaran.

-       - Ahrend – Hummels se había acercado hasta hablarle en un susurro al oído – Viejo amigo, por favor, no entiendo a qué viene esto, pero necesitamos esos planos – le apoyó una mano en el hombro y le sonrió como solo dos camaradas que han pasado mil batallas juntos, y que las han visto de todos los colores, pueden sonreírse – Dámelos y esto solo será un mal recuerdo.
 
     La mirada de incomprensión que le devolvió Ahrend pareció absolutamente sincera. Parecía que empezaba a darse cuenta de la gravedad de la situación, pero no era capaz de encontrar una solución:

-       - Humi – nadie le llamaba así, solo él- Creo que estás equivocado, de verdad que nunca me diste esos planos.
-       - No me hagas esto, por favor – dijo, apretando ya con rabia el hombro de su viejo amigo. Le golpeó con fuerza en el estómago, haciendo que se doblara, y le asestó una patada en las piernas, obligándole a ponerse de rodillas en el suelo. Le arrancó con violencia la parte superior del uniforme y buscó en todos sus bolsillos, pero no había nada. El tiempo se acababa - ¡Regístrenle! – gritó a sus oficiales, que se abalanzaron como buitres sobre el viejo Ahrend, que no paraba de temblar y balbucear palabras incomprensibles, parecía haber entrado en estado de shock.
-      
      - ¡Los planos! – gritó totalmente fuera de sí Hummels - ¡Los malditos planos!

Ahrend le miró deshauciado, una mirada bovina que todos habían visto muchas veces en las caras de miles de judíos, la mirada del que se sabe perdido sin entender muy bien por qué.

-       - ¡Los planos, maldito imbécil! – volvió a gritar Hummels, mientras las descargas de artillería aliada llegaban ya a menos de 100 metros.
-       - ¿Qué planos, Humi?- preguntó Ahrend, justo antes de que el arma reglamentaria de Hummels le volara la cabeza.

-         - ¡Adelante, nos vamos! ¡Adelante, adelante! ¡Arranquen!

La división inició una huida extraña, sin estar seguros de si lo más peligroso quedaba detrás, o estaba por delante. En el medio del campo, el cuerpo desnudo de Ahrend yacía absurdo y roto. Si la situación no hubiera sido tan tensa, quizás los jóvenes oficiales que le habían registrado se hubieran dado cuenta de que llevaba las duras botas militares cambiadas de pie. Y, quizás, si el viejo Ahrend no hubiera sido el tipo invisible en el que nadie reparaba, alguien se habría dado cuenta de que eso había sido así cada día durante los últimos dos meses. Y cómo iba a sospechar el viejo Ahrend, el viejo y enfermo Ahrend, que aquellos papeles que no sabía ni qué eran ni que los llevaba en el bolsillo, y que tan buen servicio le habían hecho la noche anterior, cuando no encontró ni rastro de papel en la letrina, le iban a costar la vida. Pero está claro que no era ni un buen lugar ni un buen momento para andar diagnosticando a alguien de alzhéimer.

martes, 25 de junio de 2019

HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE

La bañera llena de mi sangre albergando mi cadáver tenía que haber sido mi gráfico y explícito epitafio, pero en su lugar, para lo que sirvió fue para tenerme arrodillado frente a ella un par de horas tratando de limpiar cansadamente hasta el último rastro de mi fluido vital tras mi frustrado intento de suicidio. No quería tener que explicar lo inexplicable al servicio de limpieza del hotel. Aquello fue el principio de todo y ocurrió hace muchos muchos años.

- Siempre pensé que lo que abandonaba a uno era la suerte y no la muerte. - Farfullé.

No había ningún motivo del que fuera consciente que justificara lo que me estaba ocurriendo. No había firmado pactos con el Diablo ni nada por el estilo, sucedía simplemente que la muerte se había olvidado de mí sin razón aparente. Resultaba paradójico, porque siempre me había gustado bromear acerca de que manera podría morir. Trataba el tema con desagradable frivolidad y cercanía entre amigos, familiares y compañeros de trabajo. Hablaba de la muerte con naturalidad y sin filtro alguno y, aunque no era ajeno a los gestos de desagrado de aquellos que me escuchaban, no podía evitar hacer bromas de dudoso gusto sin parar o enfrascarme en reflexiones acerca de que se sentiría al pasar al otro barrio.

¿Era posible que la Muerte se hubiese cansado también de mis burlas y hubiese querido darme una lección impidiendo que pudiese morir? Supongo que para cualquier otro, el hecho de ser inmortal habría sido un sueño hecho realidad, para mí sin embargo, a pesar de que al principio fue divertido, se estaba convirtiendo con el tiempo en una auténtica pesadilla de la que no podía despertar.

Además, el tiempo jugaba en mi contra. Era natural que familiares y amigos murieran con el paso de los años, todos nos preparamos para afrontar ese trance en algún momento sea uno inmortal o no, por eso, sobrellevé todas sus pérdidas con estoicismo. No fue tan fácil sin embargo asumir la pérdida de mis sucesivas parejas, a las que enterré una detrás de la otra hasta que decidí permanecer soltero por el resto de la eternidad. Pero lo peor de todo sin duda, era que mi cuerpo no paraba de envejecer. No se trataba de una de esas situaciones que uno ve en las películas donde un personaje inmortal permanece incorrupto por los siglos de los siglos, no. Yo no podía morir, pero la vida y la naturaleza seguían su curso. Mi cuerpo, cada vez más decrépito, padecía ahora de dolores casi insoportables, me habían operado infinidad de veces, extirpado y repuesto órganos y ... ahí seguía, deambulando por la ciudad como un alma en pena de 199 años.

Quería morir, pero la Muerte me había olvidado, traicionado... estaría enfadada por mi falta de consideración hacia ella, supongo. Me había negado el único privilegio que tiene el hombre sobre su existencia, que es poder ponerle fin a su antojo. No podemos decidir venir al mundo, pero si a veces, y si nos place decidir cuándo y cómo será nuestro propio final.

Y no había rezo ni reflexión o invocación al Demonio que la hiciera cambiar de opinión. Lo había probado todo, no solo a intentar suicidarme sin resultado de las formas más variopintas que uno pudiera imaginar, sino que también había intentado llamar la atención del Todopoderoso para reclamar una vacante en el Cielo desplegando bondad sin límites por doquier ... y nada. Tiempo después probé a hacer todo lo contrario, descender a los rincones más recónditos de la maldad humana cometiendo los crímenes más atroces para llamar la atención de Satanás y granjearme un hueco en el infierno... y nada. Ni las puertas del paraíso ni las rejas del averno se abrieron para mí.

No había a quien acudir, estaba claro que se trataba de un asunto entre la Muerte y yo, un pulso a mi existencia, un castigo a mi veleidad pero también, una traición a la naturaleza.

Cumplí 200 años aquel invierno y aquella cruel broma continuaba. Sonreí ante el absurdo pensamiento que se me cruzó por la mente. La Muerte me había estafado robándome las riendas de mi destino, pero también a la Seguridad Social que seguro que no contaba con un cliente que se aferrara a la vida de forma tan obstinada.

Ya hacía años que no hablaba sobre el tema, lo cierto es que no hablaba ya con nadie. No tenía amigos ni familiares con los que conversar o compartir mis miserias. Gracias a Dios mi ceguera y sordera me evitaban tener que lidiar con las miradas de asco y gestos de desagrado que mi antinatural vejez provocaba en aquellos que me contemplaban vagabundear por las calles.

Enfrascado estaba en el oscuro pensamiento de que otro año más se iba a suceder sin mayores cambios que aumentar el número de arrugas y deformidades de mi piel, cuando sentí una mano esquelética apoyarse en mi hombro. No la oí porque estaba sordo como una tapia, pero sentí su voz retumbar en mi cerebro con claridad meridiana.

- Creo que ha llegado el momento mi querido amigo, por fin vamos a conocernos. Estarás contento después de tanto hablar de mí, ¿no?- Dijo una voz sepulcral.

- ¿De verdad? ¿Y porque ahora y no hace 100 o 120 años, Muerte? - Sabía perfectamente quien era y a que había venido.- ¿Que te hace suponer que sigo queriendo morir y que no he cambiado de idea durante todo este tiempo? Ya hace mucho que no intento suicidarme, lo habrás notado supongo. ¿Y si ahora resulta que no quiero partir contigo? ¿Que dirías?-

- No digas estupideces, eres un despojo andante, una sombra de un hombre, tienes que morir, DEBES morir. Tu condena ha finalizado, tu castigo merecido por haberte burlado de mí ha concluido. Eres libre de morir y te ha llegado la hora, no hay discusión, con la Muerte no se negocia como en un mercado Persa ¿Pero que te has creído? He venido a por ti para que me acompañes - Sentenció.

- Lo cierto es que me he acostumbrado a esta miserable existencia y ahora no quiero renunciar a ella. Me has negado mi derecho a decidir sobre como acabarla durante todos estos años y ahora yo te niego a ti la posibilidad de arrebatármela si es que eso es posible.-

La Muerte se quedó rígida y muda como una estatua. Al parecer si que era posible lo que aquel vejestorio estaba reclamando aunque ella sabía que el hombre en realidad tan solo se estaba echando un farol. Comenzó a temblar de los pies a la cabeza. Estaba muy desconcertada, jamás alma alguna se había resistido a su afilada guadaña. No era posible dejar un alma en la tierra para siempre, no era normal, perturbaría el equilibrio de las cosas y bastante había arriesgado ya dejando a aquel infeliz vivo durante tanto tiempo.

La Muerte era una cosa muy seria, no era ninguna broma. Todos los seres vivos tenían que morir en algún momento dado, no había precedentes al respecto que hablasen de lo contrario, pero ésta criatura se le estaba escurriendo entre los dedos. Cuando la Muerte no reclama a sus victimas en el momento preciso, pierde la capacidad de disponer de ellas a su antojo y son las almas quienes deciden entonces sobre sus propios destinos. Aquel individuo estaba revelándose exigiendo ser libre de continuar arrastrando sus huesos y pellejo por la faz de la tierra y ella se lo tenía que consentir.

-Si, Muerte traicionera, ahora es mi turno, el momento de traicionarte yo a ti y al destino que habías fraguado para mí. ¿200 años te han parecido muchos? ¿Un castigo ejemplar? No es nada comparado con lo que pienso seguir viviendo. Serás el hazmerreír de la humanidad, volveré a humillarte allá por donde pase con mis bromas de humor negro y toda la humanidad sabrá tarde o temprano que este podrido deshecho humano fue el que esquivó la guadaña despiadada que a nadie perdona. Casi puedo oír las risas de la gente a pesar de que estoy completamente sordo, já muerte, quien ríe más ahora ¿Eh?. El mundo gritará, ¡mira, mira, ese es el hombre que burló a la Muerte!-

La Muerte salió de su estupor, obviamente conmovida por las palabras de aquel esperpento que decía ser humano, alzó lentamente, muy lentamente, la larga guadaña que portaba. Y como si estuviera dudando de lo que estaba a punto de hacer se detuvo cuando la afilada hoja se encontraba por encima de la arrugada calva del anciano. Los dedos de sus manos se abrieron dejando el hueco suficiente para que  el mango de madera negra deslizara entre sus marfileñas falanges haciendo que la hoja descendiera implacable como una guillotina hacia  su pescuezo huesudo. Con el rebote de su pesado cráneo en el suelo puso fin la Muerte a aquella humillación grotesca pero también a la muerte propiamente dicha.

Quizás tendría que haberlo pensado un poco más...porque  la euforia del victorioso inmortal duró lo que tardó en darse cuenta del grave error  que la muerte acababa de coneter. A partir de aquel día nadie moriría nunca más y el mundo pronto comenzó a sufrir las consecuencias.

La Tierra comenzó a llenarse con el tiempo de individuos que deberían de haber muerto. Personas con miembros arrancados, cabezas aplastadas, cuerpos quemados sin remedio, hombres decapitados y tantas otras aberraciones como formas de morir uno pueda imaginar. Seres que irían envejeciendo lentamente sin descomponerse ni desaparecer. Toda la humanidad presente y la venidera, y también los animales, errarían por la superficie del planeta hasta que el exceso de población imperecedera no les permitiera  poder moverse por falta de espacio, ni siquiera ocupando los mares que estarían a esas alturas atestados de peces viejos, vivos e incorruptos.

La Tierra se encogió ante el peso de su descomunal carga y se quebró como la cáscara de un huevo duro dejando asomar el ardiente manto de magma de su interior. Se sentía traicionada y desconcertada.  Al sacrificarse la Muerte la había condenado a colapsar. Apenas podía mantener ya unidos los pedazos rotos de su corteza terrestre. Finalmente su fuerza gravitatoria no pudo más y fragmentos de planeta mezclados con criaturas centenarias de todo tipo se esparcieron por el espacio.

La Tierra desapareció sin dejar rastro y sin llegar a entender porque la Muerte al sacrificarse no se había percatado de que ella era tan necesaria como lo es la vida para mantener el equilibrio, ese equilibrio tan delicado y difícil de mantener y que nada como una buena traición puede romper.








viernes, 21 de junio de 2019

Brazadas


Me zambullo, quizá en mis pensamientos, quizá en el agua, quizá en las arenas movedizas de mis emociones... Ya no lo sé. Solo sé que me hundo en una masa que me rodea y me impide respirar. Moverse aquí dentro implica un esfuerzo que, dependiendo de los días, varía entre soportable, considerable o supremo, aunque la densidad del fluido no varíe.
Poder acomodar la respiración entre los movimientos de mi cuerpo o de mi mente, para no sucumbir al vacío, lleva su tiempo, pero me concentro, y siempre lo consigo. Siempre.

Cuando el fluido es agua, siento el frescor al entrar en ella. El contraste es vigorizante, y me ayuda a detener momentáneamente mis pensamientos. Al principio me hace estremecerme, pero en cuanto empieza mi rutina de natación diaria, el frescor se desvanece al irme invadiendo el calor que genera el movimiento incesante de mis músculos. El motor de mi cabeza es un móvil perpetuo que jamás descansa, ni siquiera en sueños, y los pensamientos generan emociones que en más de una ocasión soy incapaz de controlar, e incrementan el peso de mi cuerpo multiplicándolo por diez,...Mi mente me traiciona una y otra vez,... y sigo dando brazadas... intento diluirlo todo, diluirme a mí mismo, licuarme hasta fundirme con el agua de la piscina.

Hoy me vuelven a llegar los mismos recuerdos... mi padre prometiéndome que va a venir a verme, que me recogerá a la salida del colegio. Y yo, agitado y nervioso todo el día, sintiéndome en ebullición como el contenido de una lata de coca-cola tras haberla agitado, y presintiendo que está a punto de abrirse y a dejar escapar una explosión de felicidad, esperando entusiasmado, porque desde la separación, apenas nos vemos.
Salgo disparado, como cada tarde, junto con todos mis amigos, pero en lugar de volver con ellos como el resto de la semana, les anuncio con cierto aire de suficiencia que hoy no puedo regresar con ellos, hoy tengo una cita especial y muy importante, hoy he quedado con mi padre. Va a venir a buscarme porque nos vamos a ir por ahí, a hacer cosas de hombres.
Pero no está esperando a la salida, y el entusiasmo va trocándose en preocupación para acabar mutando en angustia... Algo le ha tenido que pasar, porque si no, habría llegado a tiempo. Bueno, quizá ha sido el tráfico, que está fatal, pero llegará enseguida... Pero los minutos discurren con pereza, casi bostezando, y ni atisbo del coche de mi padre. Cuando el minutero avanza implacable como una apisonadora, y ha sumado media hora, la sensación de zozobra ya es devastadora...pero cuando la suma alcanza con saña la hora, lo que empieza a crecer dentro de mí es una rabia apocalíptica, y la fiesta de la lata de coca-cola, ya amenaza con convertirse en la explosión de la bomba atómica, que arrasará todo lo que encuentre a su paso. ¡Lo ha vuelto ha hacer, no me lo puedo creer! ¡Ha vuelto a dejarme plantado sin avisarme!, sin un mínimo intento siquiera de esbozar una excusa, lo que sea,... llegado un determinado punto ya no habrían sido necesarias ni las explicaciones, me habría bastado con un  "hijo, vete yendo a casa que no me da tiempo a llegar..." para no tenerme allí, durante dos horas, esperando como un pasmarote, con cara de idiota...
Al día siguiente cuando mis amigos me preguntan que tal con mi padre, me invento una historia... “me llevó a un bar y me invitó a una cerveza...no veas lo bien que lo pasamos, como se entere mi madre me mata...” Eso era al principio, las primeras veces... luego se me van quitando las ganas de contar historias, y cuando me preguntan me callo, y toda la rabia acumulada la tarde anterior sale en el recreo, y acabo pegándome con alguien, durante el gol regañado que jugamos los colegas de la panda, a diario, en el patio.

Lo que Julián no sabe, es que al día siguiente, cuando se pega en el patio para resarcirse con alguien de la traición experimentada, su padre lo observa desde detrás de la verja, agazapado como un combatiente acorralado tras unos arbustos, muerto de miedo, intentando evitar ser visto, para evadir la caída de una granada a sus pies... Adora a su hijo, y es lo que más echa en falta desde que se fue de casa. No es el cuerpo caliente ni la respiración de su mujer, mientras dormía a su lado, tampoco el olor a tostadas recién hechas y al café del desayuno que ella preparaba para los tres por la mañana, ni siquiera los masajes en la espalda que ella le daba cuando llegaba roto tras un día horrible de trabajo... es su hijo lo que echa en falta, su cara de asombro cuando le cuenta sus historias, su risa y sus gritos cuando jugaban en casa o en el parque, los guiños de complicidad cuando su mujer los regañaba a los dos...

Pero se ha ido de casa por una razón justificada. En realidad, no es que se haya ido, es que su mujer le ha echado, y él se ha dejado echar porque sabe que ella tiene razón, sabe que es un maldito alcohólico sin solución, y que si permanece con ellos lo único que conseguirá será destrozarles la vida. Sabe que no es un buen ejemplo para su hijo, y precisamente por eso, cada vez que queda con él a escondidas de su madre, acaba por recordar los momentos en los que el pequeño entraba al bar para buscarle, y con cara angustiada casi llorando, tiraba de su manga y le repetía insistentemente: "Papá vámonos a casa, venga, vamos, que mamá nos está esperando... por favor, papá, papá..."
Entonces siente que esta traicionado a quien más quiere, porque lo mejor que puede hacer por él es retirarse de su camino. Y acto seguido le llega un ataque de culpa, y decide no presentarse a la cita... y no tiene valor para llamar al chiquillo y decirle que no va a ir, porque es un cobarde... Y piensa de nuevo, que sí, que su mujer, ex-mujer aunque no se han divorciado, tiene razón, que es mejor que no tenga ninguna relación con su hijo, que es mejor que no siga enseñándole que la forma que tiene su padre de enfrentar y solucionar los problemas en la vida es bebiendo y escondiéndose... es mejor que no le conozca, que no sepa que su padre no sabe que hacer con su vida, que se muere de miedo, que se muere de asco, que se odia a sí mismo... ¿qué iba a poder enseñarle positivo a su hijo?
Pero siempre hay algún momento en que los sentimientos le traicionan, le echa tantísimo de menos, que le vuelve a llamar: "Hijo, perdona que el otro día me surgió un problema y no pude ir, ¿quedamos el martes que viene?, yo te paso a buscar al cole, como siempre..."
Y como siempre, no aparecerá.

Y sigo dando brazadas, intentando quemar el odio que siento por mi padre con el fuego de la rabia continua que no me deja. Jamás he llegado a entender cómo es posible que el agua en la que me sumerjo no entre en ebullición. Gracias a eso soy el número uno del equipo de natación, y es probable que gane una medalla en las próximas olimpiadas. Creo que es lo único bueno que me ha dado... Por lo demás, él me hizo ser esquivo e insociable. No me fío de la gente, no dejo que nadie se me acerque mucho,... me enseñó muy bien lo que pasa cuando confías en alguien.

Y sigo dando brazadas... Hace un par de años coincidimos en un funeral y quiso convencerme de que en realidad si que iba a verme al cole cuando era pequeño, pero no cuando habíamos quedado, porque justo en esos momentos no podía... me contó que me veía más tarde. Igual se pensó que a esas alturas de mi vida, con veintitrés años podía engañarme.

Y sigo dando brazadas... Hoy ha sucedido algo, no se si porque hace unos días nos vimos, de casualidad... la verdad es que casi me dio pena... es un desecho humano. De pronto se me ha ocurrido pensar que probablemente no era consciente del daño que me hacía... Quizá ese pensamiento ha movido algún engranaje en mi cerebro, no lo tengo claro. Quizá es solo que la compasión no deja espacio al odio.

Y sigo dando brazadas... Esta tarde he sentido que quizá en algún momento, lejano eso seguro, no sé muy bien cómo, llegaré a perdonarle. Sigue sin cambiar nada, pero el peso que siento hoy ha parecido variar, de alguna forma se ha aligerado un poco, el fluido en el que me muevo y con el que lucho cada día, se ha vuelto un poco menos espeso. 

Y sigo dando brazadas… Con la práctica he aprendido a fundirme con el agua, no a luchar contra ella, sino a dejarme arropar por ella, a dejarme llevar, a fluir. Con los años he aprendido a desconectar mis pensamientos cuando comienzo a dar brazadas, simplemente muevo mi cuerpo, un brazo, otro, las piernas… siento el agua acariciar mis músculos siguiendo cada movimiento, y ya he dejado de pensar o de buscar razones.
Hoy por primera vez he salido sin ningún peso, y sintiéndome realmente bien de la piscina.


sábado, 1 de junio de 2019

LAS RELACIONES A AÑOS LUZ NO FUNCIONAN

Aquella había sido una de esas experiencias que una vez sufrida uno debería olvidar para siempre, pero el destino se había propuesto que no lo hiciera.

Una infame noche de agosto de hace cuatro años, calurosa y asfixiante, me dirigía a casa andando en zigzag con una imponente melopea. Iba tan sudado y pegajoso como una salamanquesa después de haber pasado por la sauna. Varios taxistas se habían negado a recogerme, seguramente con buen criterio, cuando había intentado barbotear mis señas a través de las ventanillas abiertas de sus coches.

- ¡Iros al infierno!- les había dicho a todos.

No se trataba de que viviese lejos, pero me fastidiaba tener que atravesar aquel páramo infestado de mosquitos. Había algo en mi sangre alcoholizada que parecía atraerlos irresistiblemente a chuparme hasta el último milímetro cúbico de mis venas y la verdad era que odiaba aquel lugar profundamente. Pero no había otra forma de llegar, a veces me sorprendía a mi mismo cuando me encontraba introduciendo la llave en la cerradura cuando lo normal hubiera sido que me hubiese despertado en la cuneta de la carretera que atravesaba aquel horrible rincón del mundo.

Aquella fatídica noche no llegué a casa, aunque tampoco acabé en la cuneta. Algo mucho más rocambolesco y siniestro me ocurrió. Vergüenza me da contarlo incluso después de tanto tiempo. He tratado de justificar el hecho acontecido considerando que era merecedor de un justo castigo por la vida de depravación que estaba llevando. Por el motivo que fuera, venganza del destino o puro azar, mi vida iba a cambiar radicalmente en breves momentos.

Una brillante luz apareció en lontananza avanzando hacia mi a gran velocidad. ¿Que demonios era aquella cosa?, fuera lo que fuera parecía venir decididamente a mi encuentro. ¿Cuáles serían sus intenciones? ¿Serían amistosas o peligrosas?

Pero espera..., ¿no era así como empezaban todas esas historias en las que alienígenas procedentes de los confines del espacio venían a nuestro planeta para abducir a los terrícolas  y someterlos todo tipo de vejaciones? Se me encogieron todos los músculos de cadera para abajo y se me erizaron todos los pelos del cuerpo. Estaba borracho, pero no lo suficiente para que mi adormecida imaginación no me mandara una potente señal de alarma casi imposible de ignorar. Rápidamente, o al menos esa fue mi sensación, me dirigí al borde de la carretera con intención de esconderme detrás de uno de aquellos tristes setos que la adornaban. Por algún motivo, quizás debido a la impresionante curda que llevaba, mi reacción no fue lo suficientemente rápida y me encontré, después de haber dado escasos pasos como a cámara lenta, bajo el potente haz de luz que me había estado dando caza. Me detuve, miré hacia arriba y de repente todo se volvió negro.

Desperté tumbado sobre una helada plataforma metálica, tan fría que me iba a hacer estornudar. Traté de echar mano a mi nariz para impedir que mis efluvios inundarán aquella sala cuando me di cuenta de que mis manos estaban amarradas a aquella camilla. ¡No!. ¡No podía ser!, ¡no a mí!.

Entonces apareció ella, alta, delgada, y verde como una espinaca. De cabeza gorda y grandes ojos negros ovalados, como buen extraterrestre. ¿Que como sabía que se trataba de ella y no de él? No lo podría decir con exactitud, quizás por su lento y pausado caminar y el ligero balanceo de sus caderas. Desde luego no porque tuviera senos ni ningún otro atributo femenino, porque no los tenía pero por alguna razón inexplicable sufrí una erección.

Suspiré, aunque tan diferente a mi, había algo en aquel ser que me atraía sexualmente. ¿Se daría cuenta la espinaca andante?

- Veo que te acuerdas de mí.-

Aquello me dejó atónito. No acostumbraba a alternar con alienígenas, la verdad. No porque tuviera ningún tipo de prejuicio contra ellos, era simplemente que no abundaban por el barrio, ni por la ciudad, ni tan siquiera por la Tierra..., ¡que diantres!  aquel era en realidad el primero que veía en mi vida, o eso pensaba yo.

- Ya veo que no. Hicimos bien nuestro trabajo de reseteado mental cuando te recogimos la primera vez. Demasiado bien. ¿No has tenido pesadillas? ¿Trastornos psicológicos ni nada por el estilo desde entonces?-

-Pues al psicólogo no he ido, si es lo que pregunta, pero desde hace varios años bebo como un descosido y antes no era así. ¿Porqué? ¿Y desde cuándo puede un extraterrestre hablar castellano?-

-Bueno, la naturaleza no nos ha dado este cabezón por capricho, ¿no crees?. Cubicamos el triple de cerebro que vosotros y además lo usamos al cien por cien, no como vosotros que tenéis más de la mitad en el trastero. Con muy poco esfuerzo podemos dominar prácticamente cualquier lenguaje del Cosmos solo escuchando la radio durante cinco minutos.-

-Ah-

- Ahora que te vuelvo a ver la verdad es que no alcanzo a comprender que me llamó la atención sobre ti. Si ni siquiera eres verde.-

- Pero entonces...¿Nos conocemos?-

-Si, te capturamos hace cuatro años, y te sometimos a todo tipo de pruebas,ya sabes cuáles, de esas de las que os encanta bromear a los tíos en los bares y que a los que nos cruzamos media galaxia nos encanta hacer a los terrícolas simplemente para fastidiar y echarnos unas buenas risas en el largo camino de vuelta...-

- Ah -

El alienígena suspiro, reflexionando sobre lo acertado de su decisión de regresar a por aquel idiota.

- En fin, vamos al grano, no sé si mi paciencia galáctica va a dar mucho más de sí y no puedo prometerte que no acabe devorando tu sistema nervioso para acabar con ésta farsa. He venido a buscarte para decirte algo muy importante. En nuestro primer encuentro pasó algo. Algo que no debía de haber pasado sin duda pero que tuvo consecuencias desastrosas.-

-¡Lo sabía! ¿Me violaste verdad?-

El extraterrestre se cubrió los ojos con su verde mano de dedos largos y uñas afiladas.

- Ay madre, que difícil va a ser esto-

-Seguro que me insertarste algún horrible aparato para grabar mis pensamientos y así poder conocer bien a nuestra especie antes de venir a colonizar la Tierra. ¿Verdad?, y ... ¡ahora quieres recuperarlo !¡¡reconócelo maldita lagartija espacial!-

- Cállate ya o te juro que te arrancó todos los nervios de tu cuerpo uno a uno. Hace cuatro años, tal día como hoy, te capturamos para hacerte algunas pruebas y tomarte algunas medidas, y aprovecho para decirte que no te introdujimos nada por donde tu crees, no somos unos pervertidos. Aquel día algo me sucedió, era mi primera misión como asistente de laboratorio, nunca antes había salido de nuestro sistema solar y....ayyyy  como maldigo ahora mi inexperiencia!!.-

Cuando terminamos las pruebas los doctores se marcharon y me quedé a solas contigo mientras todavía estabas atado a la camilla. Tenía que limpiarte y prepararte para mandarte de regreso con los tuyos. Te encontré tan solo y desamparado...y tan rosita... porque sí, estabas desnudo. Entonces hice algo que está terminantemente prohibido en todos los protocolos interestelares. Te desperté, sentía curiosidad.

Abriste los ojos despistado, no por el efecto de los narcóticos como pensé en un primer momento, sino porque eras así. Miraste a la izquierda, a la a derecha, y luego por fin , posaste los ojos en mí. Fue entonces cuando mi corazón dio un vuelco y mi mente se nubló. Nuestra especie tiene una capacidad intelectual cuyo índice os supera con varios ceros, tan lejos de la humana como la vuestra de una rana, pero sin embargo tenemos un gran defecto, en asuntos del corazón no nos comportamos de un modo muy diferente al de una de esas ranas. En general no hay problema en eso si te relacionas con otros de tu clase, como nos ocurre en nuestro planeta, hasta el más imbécil allí es infinitamente superior a cualquier otra cosa que te puedas encontrar en la tierra... los problemas vienen cuando te juntas con quién no debes. ¿Lo empiezas a entender ahora?

- ¿Me estás insinuando que te  acostaste conmigo?-

-Si, así es. Cuando me viste aquella vez pasó cómo ahora, te alegraste de verme, y lo peor es que yo sentí lo mismo. Te desabroché las ataduras, me encaramé sobre ti e hicimos el amor durante horas. Si, no pongas esa cara, aunque nuestros planetas están a años luz de distancia entre sí, nuestros órganos reproductores encajan, más o menos a la perfección. Lo que no sabía por entonces, porque todavía no teníamos los resultados de las pruebas que os estábamos haciendo, es que nuestros gametos también eran compatibles. ¡Ay si lo hubiera sabido!. -

-¡Espera! Entonces me estás diciendo que...-

-Veo que todavía hay algo de esperanza. Sí, eso mismo es lo que estoy tratando de decirte.-

-Que tú y yo...-

-Si.-

-¿ Que tenemos un...?-

- Un hijo.-

- Estoy mareado.-

-No me extraña. Y más que lo vas a estar. Anda, ya puedes pasar.- Dijo el extraterrestre dirigiendo la mirada hacia atrás.

En el fondo de la sala metalizada se abrió un panel deslizante. En el umbral, una sombra comenzó a moverse lentamente, balanceándose hacia el centro de la habitación. Tropezó con la mesilla que se interponía en su camino desparramando por el suelo toda la aparamenta médica con gran estruendo  y se detuvo cuando llegó a la altura de la esbelta extraterrestre.

-Pero...- balbuceó el humano sin dar crédito a lo que veían sus ojos

-Adelante, hijo, saluda a tu padre. Te quedarás una temporadita de vacaciones en la tierra con él, seguro que lo pasáis en grande los dos juntos, sois muy parecidos.-

-¿Hijo?

-¿Uh? - Emitió la pequeña criatura verdirosada de ojos pequeños, juntos y mirada vacía. - ¿Papá? ¡Te quiero mucho papá!-

-Ah- Respondió el terrícola mientras su vástago abrazaba sus piernas y dejaba una gran baba en sus rodillas.