martes, 25 de junio de 2019

HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE

La bañera llena de mi sangre albergando mi cadáver tenía que haber sido mi gráfico y explícito epitafio, pero en su lugar, para lo que sirvió fue para tenerme arrodillado frente a ella un par de horas tratando de limpiar cansadamente hasta el último rastro de mi fluido vital tras mi frustrado intento de suicidio. No quería tener que explicar lo inexplicable al servicio de limpieza del hotel. Aquello fue el principio de todo y ocurrió hace muchos muchos años.

- Siempre pensé que lo que abandonaba a uno era la suerte y no la muerte. - Farfullé.

No había ningún motivo del que fuera consciente que justificara lo que me estaba ocurriendo. No había firmado pactos con el Diablo ni nada por el estilo, sucedía simplemente que la muerte se había olvidado de mí sin razón aparente. Resultaba paradójico, porque siempre me había gustado bromear acerca de que manera podría morir. Trataba el tema con desagradable frivolidad y cercanía entre amigos, familiares y compañeros de trabajo. Hablaba de la muerte con naturalidad y sin filtro alguno y, aunque no era ajeno a los gestos de desagrado de aquellos que me escuchaban, no podía evitar hacer bromas de dudoso gusto sin parar o enfrascarme en reflexiones acerca de que se sentiría al pasar al otro barrio.

¿Era posible que la Muerte se hubiese cansado también de mis burlas y hubiese querido darme una lección impidiendo que pudiese morir? Supongo que para cualquier otro, el hecho de ser inmortal habría sido un sueño hecho realidad, para mí sin embargo, a pesar de que al principio fue divertido, se estaba convirtiendo con el tiempo en una auténtica pesadilla de la que no podía despertar.

Además, el tiempo jugaba en mi contra. Era natural que familiares y amigos murieran con el paso de los años, todos nos preparamos para afrontar ese trance en algún momento sea uno inmortal o no, por eso, sobrellevé todas sus pérdidas con estoicismo. No fue tan fácil sin embargo asumir la pérdida de mis sucesivas parejas, a las que enterré una detrás de la otra hasta que decidí permanecer soltero por el resto de la eternidad. Pero lo peor de todo sin duda, era que mi cuerpo no paraba de envejecer. No se trataba de una de esas situaciones que uno ve en las películas donde un personaje inmortal permanece incorrupto por los siglos de los siglos, no. Yo no podía morir, pero la vida y la naturaleza seguían su curso. Mi cuerpo, cada vez más decrépito, padecía ahora de dolores casi insoportables, me habían operado infinidad de veces, extirpado y repuesto órganos y ... ahí seguía, deambulando por la ciudad como un alma en pena de 199 años.

Quería morir, pero la Muerte me había olvidado, traicionado... estaría enfadada por mi falta de consideración hacia ella, supongo. Me había negado el único privilegio que tiene el hombre sobre su existencia, que es poder ponerle fin a su antojo. No podemos decidir venir al mundo, pero si a veces, y si nos place decidir cuándo y cómo será nuestro propio final.

Y no había rezo ni reflexión o invocación al Demonio que la hiciera cambiar de opinión. Lo había probado todo, no solo a intentar suicidarme sin resultado de las formas más variopintas que uno pudiera imaginar, sino que también había intentado llamar la atención del Todopoderoso para reclamar una vacante en el Cielo desplegando bondad sin límites por doquier ... y nada. Tiempo después probé a hacer todo lo contrario, descender a los rincones más recónditos de la maldad humana cometiendo los crímenes más atroces para llamar la atención de Satanás y granjearme un hueco en el infierno... y nada. Ni las puertas del paraíso ni las rejas del averno se abrieron para mí.

No había a quien acudir, estaba claro que se trataba de un asunto entre la Muerte y yo, un pulso a mi existencia, un castigo a mi veleidad pero también, una traición a la naturaleza.

Cumplí 200 años aquel invierno y aquella cruel broma continuaba. Sonreí ante el absurdo pensamiento que se me cruzó por la mente. La Muerte me había estafado robándome las riendas de mi destino, pero también a la Seguridad Social que seguro que no contaba con un cliente que se aferrara a la vida de forma tan obstinada.

Ya hacía años que no hablaba sobre el tema, lo cierto es que no hablaba ya con nadie. No tenía amigos ni familiares con los que conversar o compartir mis miserias. Gracias a Dios mi ceguera y sordera me evitaban tener que lidiar con las miradas de asco y gestos de desagrado que mi antinatural vejez provocaba en aquellos que me contemplaban vagabundear por las calles.

Enfrascado estaba en el oscuro pensamiento de que otro año más se iba a suceder sin mayores cambios que aumentar el número de arrugas y deformidades de mi piel, cuando sentí una mano esquelética apoyarse en mi hombro. No la oí porque estaba sordo como una tapia, pero sentí su voz retumbar en mi cerebro con claridad meridiana.

- Creo que ha llegado el momento mi querido amigo, por fin vamos a conocernos. Estarás contento después de tanto hablar de mí, ¿no?- Dijo una voz sepulcral.

- ¿De verdad? ¿Y porque ahora y no hace 100 o 120 años, Muerte? - Sabía perfectamente quien era y a que había venido.- ¿Que te hace suponer que sigo queriendo morir y que no he cambiado de idea durante todo este tiempo? Ya hace mucho que no intento suicidarme, lo habrás notado supongo. ¿Y si ahora resulta que no quiero partir contigo? ¿Que dirías?-

- No digas estupideces, eres un despojo andante, una sombra de un hombre, tienes que morir, DEBES morir. Tu condena ha finalizado, tu castigo merecido por haberte burlado de mí ha concluido. Eres libre de morir y te ha llegado la hora, no hay discusión, con la Muerte no se negocia como en un mercado Persa ¿Pero que te has creído? He venido a por ti para que me acompañes - Sentenció.

- Lo cierto es que me he acostumbrado a esta miserable existencia y ahora no quiero renunciar a ella. Me has negado mi derecho a decidir sobre como acabarla durante todos estos años y ahora yo te niego a ti la posibilidad de arrebatármela si es que eso es posible.-

La Muerte se quedó rígida y muda como una estatua. Al parecer si que era posible lo que aquel vejestorio estaba reclamando aunque ella sabía que el hombre en realidad tan solo se estaba echando un farol. Comenzó a temblar de los pies a la cabeza. Estaba muy desconcertada, jamás alma alguna se había resistido a su afilada guadaña. No era posible dejar un alma en la tierra para siempre, no era normal, perturbaría el equilibrio de las cosas y bastante había arriesgado ya dejando a aquel infeliz vivo durante tanto tiempo.

La Muerte era una cosa muy seria, no era ninguna broma. Todos los seres vivos tenían que morir en algún momento dado, no había precedentes al respecto que hablasen de lo contrario, pero ésta criatura se le estaba escurriendo entre los dedos. Cuando la Muerte no reclama a sus victimas en el momento preciso, pierde la capacidad de disponer de ellas a su antojo y son las almas quienes deciden entonces sobre sus propios destinos. Aquel individuo estaba revelándose exigiendo ser libre de continuar arrastrando sus huesos y pellejo por la faz de la tierra y ella se lo tenía que consentir.

-Si, Muerte traicionera, ahora es mi turno, el momento de traicionarte yo a ti y al destino que habías fraguado para mí. ¿200 años te han parecido muchos? ¿Un castigo ejemplar? No es nada comparado con lo que pienso seguir viviendo. Serás el hazmerreír de la humanidad, volveré a humillarte allá por donde pase con mis bromas de humor negro y toda la humanidad sabrá tarde o temprano que este podrido deshecho humano fue el que esquivó la guadaña despiadada que a nadie perdona. Casi puedo oír las risas de la gente a pesar de que estoy completamente sordo, já muerte, quien ríe más ahora ¿Eh?. El mundo gritará, ¡mira, mira, ese es el hombre que burló a la Muerte!-

La Muerte salió de su estupor, obviamente conmovida por las palabras de aquel esperpento que decía ser humano, alzó lentamente, muy lentamente, la larga guadaña que portaba. Y como si estuviera dudando de lo que estaba a punto de hacer se detuvo cuando la afilada hoja se encontraba por encima de la arrugada calva del anciano. Los dedos de sus manos se abrieron dejando el hueco suficiente para que  el mango de madera negra deslizara entre sus marfileñas falanges haciendo que la hoja descendiera implacable como una guillotina hacia  su pescuezo huesudo. Con el rebote de su pesado cráneo en el suelo puso fin la Muerte a aquella humillación grotesca pero también a la muerte propiamente dicha.

Quizás tendría que haberlo pensado un poco más...porque  la euforia del victorioso inmortal duró lo que tardó en darse cuenta del grave error  que la muerte acababa de coneter. A partir de aquel día nadie moriría nunca más y el mundo pronto comenzó a sufrir las consecuencias.

La Tierra comenzó a llenarse con el tiempo de individuos que deberían de haber muerto. Personas con miembros arrancados, cabezas aplastadas, cuerpos quemados sin remedio, hombres decapitados y tantas otras aberraciones como formas de morir uno pueda imaginar. Seres que irían envejeciendo lentamente sin descomponerse ni desaparecer. Toda la humanidad presente y la venidera, y también los animales, errarían por la superficie del planeta hasta que el exceso de población imperecedera no les permitiera  poder moverse por falta de espacio, ni siquiera ocupando los mares que estarían a esas alturas atestados de peces viejos, vivos e incorruptos.

La Tierra se encogió ante el peso de su descomunal carga y se quebró como la cáscara de un huevo duro dejando asomar el ardiente manto de magma de su interior. Se sentía traicionada y desconcertada.  Al sacrificarse la Muerte la había condenado a colapsar. Apenas podía mantener ya unidos los pedazos rotos de su corteza terrestre. Finalmente su fuerza gravitatoria no pudo más y fragmentos de planeta mezclados con criaturas centenarias de todo tipo se esparcieron por el espacio.

La Tierra desapareció sin dejar rastro y sin llegar a entender porque la Muerte al sacrificarse no se había percatado de que ella era tan necesaria como lo es la vida para mantener el equilibrio, ese equilibrio tan delicado y difícil de mantener y que nada como una buena traición puede romper.








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