Me zambullo, quizá en mis pensamientos, quizá en el agua,
quizá en las arenas movedizas de mis emociones... Ya no lo sé. Solo sé que me
hundo en una masa que me rodea y me impide respirar. Moverse aquí dentro
implica un esfuerzo que, dependiendo de los días, varía entre soportable,
considerable o supremo, aunque la densidad del fluido no varíe.
Poder acomodar la respiración entre los movimientos de mi
cuerpo o de mi mente, para no sucumbir al vacío, lleva su tiempo, pero me
concentro, y siempre lo consigo. Siempre.
Cuando el fluido es agua, siento el frescor al entrar en
ella. El contraste es vigorizante, y me ayuda a detener momentáneamente mis
pensamientos. Al principio me hace estremecerme, pero en cuanto empieza mi
rutina de natación diaria, el frescor se desvanece al irme invadiendo el calor
que genera el movimiento incesante de mis músculos. El motor de mi cabeza es un
móvil perpetuo que jamás descansa, ni siquiera en sueños, y los pensamientos
generan emociones que en más de una ocasión soy incapaz de controlar, e
incrementan el peso de mi cuerpo multiplicándolo por diez,...Mi mente me
traiciona una y otra vez,... y sigo dando brazadas... intento diluirlo todo,
diluirme a mí mismo, licuarme hasta fundirme con el agua de la piscina.
Hoy me vuelven a llegar los mismos recuerdos... mi padre
prometiéndome que va a venir a verme, que me recogerá a la salida del colegio.
Y yo, agitado y nervioso todo el día, sintiéndome en ebullición como el
contenido de una lata de coca-cola tras haberla agitado, y presintiendo que
está a punto de abrirse y a dejar escapar una explosión de felicidad, esperando entusiasmado,
porque desde la separación, apenas nos vemos.
Salgo disparado, como cada tarde, junto con todos mis
amigos, pero en lugar de volver con ellos como el resto de la semana, les
anuncio con cierto aire de suficiencia que hoy no puedo regresar con ellos, hoy
tengo una cita especial y muy importante, hoy he quedado con mi padre. Va a
venir a buscarme porque nos vamos a ir por ahí, a hacer cosas de hombres.
Pero no está esperando a la salida, y el entusiasmo va
trocándose en preocupación para acabar mutando en angustia... Algo le ha tenido
que pasar, porque si no, habría llegado a tiempo. Bueno, quizá ha sido el
tráfico, que está fatal, pero llegará enseguida... Pero los minutos discurren
con pereza, casi bostezando, y ni atisbo del coche de mi padre. Cuando el
minutero avanza implacable como una apisonadora, y ha sumado media hora, la
sensación de zozobra ya es devastadora...pero cuando la suma alcanza con saña la
hora, lo que empieza a crecer dentro de mí es una rabia apocalíptica, y la
fiesta de la lata de coca-cola, ya amenaza con convertirse en la explosión de
la bomba atómica, que arrasará todo lo que encuentre a su paso. ¡Lo ha vuelto
ha hacer, no me lo puedo creer! ¡Ha vuelto a dejarme plantado sin avisarme!,
sin un mínimo intento siquiera de esbozar una excusa, lo que sea,... llegado un
determinado punto ya no habrían sido necesarias ni las explicaciones, me habría
bastado con un "hijo, vete yendo a
casa que no me da tiempo a llegar..." para no tenerme allí, durante dos
horas, esperando como un pasmarote, con cara de idiota...
Al día siguiente cuando mis amigos me preguntan que tal con
mi padre, me invento una historia... “me llevó a un bar y me invitó a una
cerveza...no veas lo bien que lo pasamos, como se entere mi madre me mata...”
Eso era al principio, las primeras veces... luego se me van quitando las ganas
de contar historias, y cuando me preguntan me callo, y toda la rabia acumulada
la tarde anterior sale en el recreo, y acabo pegándome con alguien, durante el
gol regañado que jugamos los colegas de la panda, a diario, en el patio.
Lo que Julián no sabe, es que al día siguiente, cuando se
pega en el patio para resarcirse con alguien de la traición experimentada, su
padre lo observa desde detrás de la verja, agazapado como un combatiente acorralado
tras unos arbustos, muerto de miedo, intentando evitar ser visto, para evadir la
caída de una granada a sus pies... Adora a su hijo, y es lo que más echa en
falta desde que se fue de casa. No es el cuerpo caliente ni la respiración de
su mujer, mientras dormía a su lado, tampoco el olor a tostadas recién hechas y
al café del desayuno que ella preparaba para los tres por la mañana, ni
siquiera los masajes en la espalda que ella le daba cuando llegaba roto tras un
día horrible de trabajo... es su hijo lo que echa en falta, su cara de asombro
cuando le cuenta sus historias, su risa y sus gritos cuando jugaban en casa o
en el parque, los guiños de complicidad cuando su mujer los regañaba a los
dos...
Pero se ha ido de casa por una razón justificada. En
realidad, no es que se haya ido, es que su mujer le ha echado, y él se ha
dejado echar porque sabe que ella tiene razón, sabe que es un maldito
alcohólico sin solución, y que si permanece con ellos lo único que conseguirá
será destrozarles la vida. Sabe que no es un buen ejemplo para su hijo, y
precisamente por eso, cada vez que queda con él a escondidas de su madre, acaba
por recordar los momentos en los que el pequeño entraba al bar para buscarle, y
con cara angustiada casi llorando, tiraba de su manga y le repetía
insistentemente: "Papá vámonos a casa, venga, vamos, que mamá nos está
esperando... por favor, papá, papá..."
Entonces siente que esta traicionado a quien más quiere,
porque lo mejor que puede hacer por él es retirarse de su camino. Y acto seguido
le llega un ataque de culpa, y decide no presentarse a la cita... y no tiene
valor para llamar al chiquillo y decirle que no va a ir, porque es un
cobarde... Y piensa de nuevo, que sí, que su mujer, ex-mujer aunque no se han
divorciado, tiene razón, que es mejor que no tenga ninguna relación con su
hijo, que es mejor que no siga enseñándole que la forma que tiene su padre de
enfrentar y solucionar los problemas en la vida es bebiendo y escondiéndose...
es mejor que no le conozca, que no sepa que su padre no sabe que hacer con su
vida, que se muere de miedo, que se muere de asco, que se odia a sí mismo...
¿qué iba a poder enseñarle positivo a su hijo?
Pero siempre hay algún momento en que los sentimientos le traicionan,
le echa tantísimo de menos, que le vuelve a llamar: "Hijo, perdona que el
otro día me surgió un problema y no pude ir, ¿quedamos el martes que viene?, yo
te paso a buscar al cole, como siempre..."
Y como siempre, no aparecerá.
Y sigo dando brazadas, intentando quemar el odio que siento
por mi padre con el fuego de la rabia continua que no me deja. Jamás he llegado
a entender cómo es posible que el agua en la que me sumerjo no entre en
ebullición. Gracias a eso soy el número uno del equipo de natación, y es
probable que gane una medalla en las próximas olimpiadas. Creo que es lo único
bueno que me ha dado... Por lo demás, él me hizo ser esquivo e insociable. No
me fío de la gente, no dejo que nadie se me acerque mucho,... me enseñó muy
bien lo que pasa cuando confías en alguien.
Y sigo dando brazadas... Hace un par de años coincidimos en
un funeral y quiso convencerme de que en realidad si que iba a verme al cole
cuando era pequeño, pero no cuando habíamos quedado, porque justo en esos
momentos no podía... me contó que me veía más tarde. Igual se pensó que a esas
alturas de mi vida, con veintitrés años podía engañarme.
Y sigo dando brazadas... Hoy ha sucedido algo, no se si
porque hace unos días nos vimos, de casualidad... la verdad es que casi me dio
pena... es un desecho humano. De pronto se me ha ocurrido pensar que
probablemente no era consciente del daño que me hacía... Quizá ese pensamiento
ha movido algún engranaje en mi cerebro, no lo tengo claro. Quizá es solo que la
compasión no deja espacio al odio.
Y sigo dando brazadas... Esta tarde he sentido que quizá en algún momento, lejano eso seguro, no sé muy bien cómo, llegaré a perdonarle. Sigue sin cambiar nada, pero el
peso que siento hoy ha parecido variar, de alguna forma se ha aligerado un
poco, el fluido en el que me muevo y con el que lucho cada día, se ha vuelto un
poco menos espeso.
Y sigo dando brazadas… Con la práctica he aprendido a
fundirme con el agua, no a luchar contra ella, sino a dejarme arropar por ella,
a dejarme llevar, a fluir. Con los años he aprendido a desconectar mis pensamientos cuando comienzo a dar brazadas, simplemente muevo mi cuerpo, un
brazo, otro, las piernas… siento el agua acariciar mis músculos siguiendo cada
movimiento, y ya he dejado de pensar o de buscar razones.
Hoy por primera vez he salido sin ningún peso, y sintiéndome
realmente bien de la piscina.
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